El Holocausto Infantil

por Revista Hechos&Crónicas

El amor es libre por esencia, pero la argucia de Satanás ha logrado que la expresión ‘amor libre’ signifique, para las generaciones contemporáneas, acostarse sin restricciones con cualquiera, sea del propio sexo o del contrario, y, también, eliminar la bendición eclesiástica de la pareja, y aun la firma de un contrato legal ante las autoridades del estado, para vivir en público concubinato.

Esta cultura de basurero moral ha traído enormes desastres sobre la gente que la practica, la tolera o la sufre de algún modo. El aborto, sin lugar a dudas, luce como el más grave de todos estos males, y será inevitable mencionarlo, ya que, irónicamente, es el cordón umbilical que une la intrincada trama de la inmoralidad sexual en la sociedad hipermoderna.

En la consejería pastoral, los testimonios de vidas destrozadas por el “amor libre” constituyen el más elocuente examen de esta dramática realidad. Citaré un par de casos reales, tomados al azar de los archivos de la Unidad Bíblica de Consejería -UBC- de Casa sobre la Roca, Iglesia Cristiana Integral, pero omitiré los nombres propios de los protagonistas, por razones obvias. Una mujer cristiana, en proceso de sanidad interior, no podía perdonar a su compañera de andanzas juveniles de la universidad porque, cuando cursaba la carrera de Administración de Empresas, quedó embarazada de su novio, y la que era supuestamente su mejor amiga, estudiante de Medicina en el mismo centro docente, le dijo, en tono consolador:

-No te hagas problema, yo te ayudo a solucionar esto fácilmente. Y le practicó un aborto.

Dos años más tarde, ya como esposa de un buen hombre, la dama en referencia no podía quedar embarazada;  y, después de minuciosas consultas al ginecólogo, este, frente a una ecografía, meneando la cabeza, hizo un comentario devastador:

-Linda, tú eres un contenedor vacío por dentro. La maravillosa amiga de la protagonista de esta historia, no solo dio muerte al futuro bebé de la misma a través del aborto; también eliminó su fertilidad para siempre.

Una señora llegó a las oficinas de consejería de la iglesia, víctima de una profunda depresión, porque acababa de expulsar de su vientre a un bebé de cinco meses de gestación, sin haberse repuesto todavía de la pérdida anterior de otro de seis, ambos en abortos no provocados. Ahora, con Jesucristo en su corazón, ella pensaba que todo sería diferente; pero, ante esta nueva contingencia, ya no quería creer en nadie. Los consejeros oraron para buscar revelación de algún problema que permanecía oculto, y el Espíritu Santo la llevó a admitir que ella, antes de casarse –y, también, de conocer a Jesucristo- se había practicado tres abortos por los cuales no se podía perdonar a sí misma, aunque sí perdonó a su novio, aun siendo él cómplice. Aquel día, a través de la oración, ella pudo experimentar el amor y el perdón de Dios, perdonarse a sí misma y recibir en el acto algo que solo Nuestro Señor puede dar: la paz que sobrepasa todo entendimiento. Hoy es madre feliz de dos hijos. Por Dios, ¡abortemos el aborto!

Foto: David Bernal / Revista Hechos&Crónicas

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