Bailo para Dios

por Revista Hechos&Crónicas

Después de cancelarnos mutuamente tres veces la cita para esta entrevista, había llegado el día. Me monté al carro, lo prendí y me dispuse a llamar para confirmar que iba en camino. Como si se tratara de una película, el carro y el celular se apagaron al tiempo.

Fue raro, pero luego de un rato, ambas cosas prendieron y arranqué sin problema. Cuando llegué a la portería, luego de anunciarme, el carro dio un salto y se apagó (para no volver a prender) y el celular hizo lo mismo.

En ese momento entendí que Dios tiene algo muy grande con Silvana y con este testimonio. Cuando entré a la casa y les conté lo ocurrido, la respuesta fue simple: espera que te cuente y vas a entender por qué. Pues bien, esta es la historia.

Silvana Palacios es una joven de 17 años, bailarina, actriz, cantante, hija de la diseñadora Zoraya Pardo y de Onías Palacios, actual Director Deportivo de Fair Play. Tiene perfectamente claro que todos sus talentos fueron dados por Dios y que son para Su gloria. “Lo que más me importa es agradar a Dios y hacer todo para honrarlo. Mi sueño es llegar muy lejos, a Disney, ser figura para las niñas, un ejemplo positivo como Jesús fue ejemplo para nosotros”.

Su rutina diaria es compleja: estudia en las mañanas hasta la 1 pm en modalidad Home School, luego se dirige a Casa Ensamble de 2 a 5:30 pm, donde estudia actuación y después, de 5:30 a 8:30, 9 o 9:30 (dependiendo de la intensidad) en Efa danza, su academia de baile.

Es muy disciplinada y no olvida ocuparse de las cosas de Dios, por eso ha contado con el respaldo de su familia y logró el primer lugar en el mes de mayo en la competencia nacional de danza All Dance y el paso directo a la competencia internacional que se desarrollará en noviembre en Orlando, Florida. Precisamente, sobre cómo ganó ese primer lugar es que se trata este testimonio.

Desde muy chiquita me ha gustado bailar. Ponía música, me inventaba coreografías. Siempre me ha gustado. Estudié ballet por ocho años y luego pasé al género urbano.

El año pasado llegué a la academia en la que estoy actualmente. Llevaba solo un mes con ellos y me invitaron a competir en el evento All Dance en el grupo de hip hop. Era la primera vez que competía. Quedamos en quinto lugar. Fue una linda experiencia porque conocimos la competencia y vimos el nivel, vimos cuánto debemos esforzarnos, pues hay mucho talento.

Cuando salimos, mi mamá me dijo: “el próximo año quiero que vayas como solista. Yo te apoyo si vas en grupo, pero prefiero que vayas como solista, quiero que te lances a hacer otras cosas”. Yo la escuché, pero no lo vi dentro de mis posibilidades porque estaba muy nueva. Empecé a entrenar y fui subiendo mi nivel e intensificando mis conocimientos, porque el baile no es simplemente coreografía, también teoría, el por qué de cada paso.

En ese proceso mi mamá me dijo: “Vas como solista, ¿no? Yo te dije que te apoyaba”. Así que les conté a mis directores y les pregunté qué pensaban. Ellos me respondieron que tenían pensadas unas personas para representar a mi escuela y entre esas estaba yo, porque habían visto que mi proceso había avanzado mucho.

Buscamos a los profesores que me ayudaban a montar cada coreografía. En mi solo bailé cinco estilos, hice coreo hip hop, danza comercial, jazz lírico, dance hall y animation. Desde el principio tenía elegida Lemme tellya, una canción de Planetboom, que cuenta quién es Dios en mi vida. Cuando les dije a mis profesores que quería una c  ero al escucharla dijeron WOW y pude explicarles que ser cristiano es divertido. Yo quería que cada una de las canciones de la coreografía, por más que fuera música secular, tuviera una letra agradable, nada feo. Pero vino la primera traba: mi directora me dijo que todas las canciones estaban increíbles, pero imposibles de unir, porque no hay un sonido que las una y si se escucha como música estrellada, resta puntuación. Me dijo: tranquila, podemos cambiar las canciones. Y yo, ¡no! Esa no es una opción. Me mantuve firme porque sabía que Dios tenía un propósito.

Logramos unirlas con ayuda de un Dj y ya con la pista completa, comenzamos a limpiarla y cogerle el físico y los matices. Comenzaba muy suave, muy muñequita e iba aumentando el nivel para que se viera que puedo manejar las dos facetas: puedo ser ruda y también delicada. Le incluimos acrobacias, que es algo que me gusta porque amo marcar diferencia y que también da puntos.

Terminamos de montarla y comenzamos a practicar, pero justo cuando llegaba a la parte de la canción cristiana, me quedaba sin oxígeno. Mi director me dijo que estaba bailando sucio y sin energía y una de las cosas con las que me identifican mucho en la academia es que soy una bailarina con mucha energía.

Mis directores me decían que el baile se veía bien, pero muy suave, plano. No era yo. Pero la verdad es que no lograba dar más, mi cuerpo no daba más energía y me ahogaba. No podía terminar la coreografía y si lo lograba, quedaba casi sin hablar ni respirar.

Era muy extraño porque en clases me sentía bien, pero a la hora de bailar esa coreografía puntualmente, me quedaba sin energía y oxígeno. Mis directores estaban preocupados porque quedaba poco tiempo. Empecé a frustrarme y a llenarme de pensamientos negativos de que no lo iba a lograr y solo iba a competir por la experiencia y el aprendizaje, pero no decía nada.

A mi director le llegó el listado de contra quienes iba a competir y todos eran miembros de un grupo que se llama “Jóvenes creadores del Chocó”. Me dijo que debía esforzarme mucho porque ellos son súper buenos, se les facilitan el flow y las acrobacias y llevan tiempo especializándose en urbano. Me dijo: “necesito que te esfuerces más porque siento que no lo estás dando todo”.

Eso fue peor para mí, así que los pensamientos negativos comenzaron a llenarme, y le pregunté a Dios: ¿qué estoy haciendo mal? Mi idea es glorificarte con todo lo que hago en un ambiente tan pesado, servirte, mostrar quién eres y que ser cristiano no es aburrido. Quiero tocar corazones para ti con mi coreografía y que la gente salga impactada. No entiendo por qué pasa esto. Duré así como dos semanas, cargada, estresada, con ganas de rendirme. Pero mi mamá me dijo que esa no era la idea, que debía luchar por mis sueños para mostrar quién es Dios. Me llevó a hablar con Cristina, esposa del pastor Mario Santa de Casa Sobre la Roca Sabana Norte, donde nos congregamos.

Le conté lo temerosa que me sentía y que creía que Dios no respondía. Ella me preguntó si había ido el domingo a la iglesia, pero como estaba entrenando tanto, no había vuelto. Me dijo que debía escuchar la prédica del pastor Mario y me la envió. La prédica hablaba sobre el temor y de por qué tenemos miedos si Dios siempre ha estado con nosotros. Era como Dios diciendo: ¿Alguna vez te he dejado sola, te he fallado para que tú tengas tanto miedo? A Dios le dolía que yo no confiara totalmente en Él. Tenía un plan para mí, pero Él era el único que podía ver el desenlace de mi historia. Lo único que hacía el temor era frenarme.

En ese momento sentí que otra vez estaba bien y que sí podía, pero aun así seguía ahogándome en la coreografía y sin poder bailarla totalmente, así que me fui al baño, lloré y le pedí a Dios que me mostrara qué estaba haciendo mal.

Mi directora estaba muy enferma, así que cuando entré al ensayo con ella le dije que se tomara un complejo B que le iba a ayudar a subir las defensas. Justamente yo llevaba un mes tomándolo todas las mañanas para eso, pero ella me respondió: ¿Estás loca? Eso es lo peor que puede tomar un bailarín. El complejo B tiene Tiamina que relaja los músculos. Cuando ella me dijo eso yo de una sentí que era Dios diciéndome “esto es lo que estás haciendo mal” y mi directora me lo confirmó: ahí está la razón de porque tú no estás bailando con la energía que te caracteriza.

Faltaba poco para la competencia y  yo debía ver cómo me desintoxicaba de todo un mes de consumir complejo B. Recuperarme era complicado, pero empecé a entrenar todos los días con más ganas, en las mañanas me levantaba y hacía mis ejercicios por más que sentía que el cuerpo me iba a explotar.

Faltando una semana para la competencia, hicimos un fogueo con los papás de toda la academia y logré hacerlo bien, ¡salió perfecto! Sentí que ya no habría más trabas, que nada más me enfermaría y seguía entrenando. Todo estaba de mi lado.

Durante mi último ensayo llevé mi vestuario. No lo había llevado antes para no dañarlo. Entre todos habíamos decidido que sería de muñequita y mi mamá (que es diseñadora) lo hizo súper delicado. Pero después de verme ensayar con él puesto, mi director me dijo: “tu coreografía tiene muchas cosas fuertes para que tu vestuario sea tan suave, choca con la coreografía, no se ve bien”. Eso fue ¡la noche antes de viajar a la competencia! Obviamente mi director sabe más del tema. Llamó a otros profesores para que dieran su opinión y todos estuvieron de acuerdo.

En ese momento, sentí que todo se derrumbó de nuevo. ¿De dónde iba a sacar un vestuario a esa hora? Llamé a mi mamá llorando, súper preocupada porque yo sentía que ya no iba a haber más oposición. Ella, muy sabia, me dijo: “no te preocupes, esto tiene solución. Dios está de tu lado”.

Entonces llegué a mi casa, busqué entre mi ropa y logré formar un vestuario militar. Quedé más tranquila y todo volvió a la normalidad, una vez más.

Llegó el momento…

Viajé a Cali con mi mamá a la competencia que se iba a realizar en un centro de convenciones. Como solo había dos baños para más de 2.000 personas, mi mamá me había conseguido un espejo grande para arreglarme. Me estaba maquillando muy tranquila, me volteé dos segundos y el espejo se cayó y se rompió totalmente. ¡Parecía una película! Todo el mundo me miraba y en ese momento sentí como una burla. Dije: ¡no más! ¡No quiero seguir sintiéndome así!

Mi mamá estaba en otro lugar cuando escuchó el estruendoso sonido del espejo al romperse, volteó a verme, yo estaba atacada llorando, el maquillaje se me estaba corriendo…

Mi mamá llamó a mi papá y le dijo: “Amor, ora. Siento que Satanás se está burlando de Silvana” y él le respondió: “No digas que es Satanás porque él no tiene poder sobre nuestra hija”. Luego ella vino corriendo, sin saber qué decirme, así que llamó al pastor Mario: “Silvy, acuérdate de la prédica, no tengas miedo, no te desanimes, esfuérzate y sé valiente”, dijo él. En mi devocional salía constantemente ese versículo: Esfuérzate y sé valiente, no tengas miedo. Sentí tranquilidad y me llené de fuercitas. Era Dios diciéndome: No importa un espejo, no te va a derrotar. Si es necesario sales sin maquillaje, pero eso no va a impedir que mi propósito se cumpla.

Entonces cogí un pedacito del espejo roto, me maquillé y me fui al camerino. Mi director me mandó a calentar porque ya iba a salir: “en el momento que tú te acerques al escenario las piernas se te van a congelar y vas a olvidar la coreografía, te vas a salir del tiempo y el escenario se te va a chupar la energía”. Él estaba muy estresado y yo le dije: “cálmate, estoy con Dios, no me va a pasar nada de eso”. Después de estar tan frustrada antes, empecé a  sentir mucha paz.

Yo cerraba mi categoría, pero me avisaron que tres chicos que se iban a presentar no estaban. Había llegado el momento y sentí a Dios: “acuérdate que estás conmigo”. Entré al escenario y me ubiqué en mi posición inicial (como en arco), mirando al techo y sentí a Dios animándome todo el tiempo. La gente empezó a gritar y en el momento que estalló la música movida, se levantaron,  aplaudieron y se animaron. Incluso el equipo Jóvenes Creadores del Chocó estaba en frente de mí. Mi director decía que estarían ahí para presionarme, pero cuando los vi, era lo contrario, estaban muy animados. Sentía esa fuerza de seguir bailando y no quería que se acabara ese momento.

Cuando sonó la canción cristiana me acordé de todo lo que pasó, de que me quedaba sin aire, todos esos pensamientos empezaron a tratar de volver y pude bloquearlos. Fue tan fuerte la voz de Dios diciéndome: “llegó mi momento, glorifícame”. Sentía que en algún momento debía hacer algo que mostrara que era para Él y la gente entendiera que es sobre Dios. Terminé mi coreografía en el piso, me levanté y sentí que quería levantar los brazos y dar gloria a Dios, pero al tiempo sentía como si me halaran las manos y me dijeran no, que pena. Fue como esa lucha en dos segundos de hazlo, no lo hagas, hazlo, no lo hagas… y lo hice. Levanté mis brazos y señalé a Dios y todo el mundo gritó súper fuerte.

La gente, los jurados, los competidores, todos estaban muy impactados. Mi directora estaba atacada llorando y me dijo: “nunca había sentido esto al ver bailar a alguien, sentí una presencia súper loca algo tan increíble que se me pararon los pelos” y yo le respondí: “yo también lo sentí, fue Dios. Él está acá y estuvo ahí conmigo”.

Una premiación confusa

Llegó la hora de la premiación y la presentadora anunció mi categoría , segundo y tercer lugar, pero cuando fue a anunciar el primer lugar dijo: “Jóvenes—” Los jurados la callaron y empezaron a discutir ahí atrás. Luego continuó con la siguiente categoría. Todos quedamos confundidos y yo pensé que había ganado el otro chico porque alcanzaron a decir Jóvenes.

Me desanimé mucho porque sentía que Dios me iba a dar la victoria porque conocía las intenciones de mi corazón y sabía que yo quería glorificarlo, por eso dije bueno, yo no vine solo aquí a ganar una competencia, vine a ganar corazones, vidas, entonces me tranquilicé. Mi mamá y yo estábamos desconcertadas, pero nuestro director –que no es cristiano- nos dijo: tranquilas, tengan fe. Ambas nos miramos sabiendo que eso venía de Dios.

Todavía me faltaba competir con el grupo, así que no tuve tiempo de seguir pensando ni averiguar. En ese show me habían dado un solo y yo cerraba la coreografía en grupo, tenía que hacer un salto muy grande y desde un principio me dijeron que no podía salir mal, el final estaba en mis manos. En el momento de mi salto yo estaba repitiendo:

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, pero dudé un milisegundo y no logré saltar. Sentía una impotencia horrible porque si perdíamos iba a ser mi culpa. Me frustré mucho. Nos fuimos a la premiación y yo oraba: Dios por favor que ganemos porque si perdemos va a caer toda esa culpa sobre mí. ¡Y ganamos! Fue como si Dios dijera: “bueno yo te apoyo, tranquila”.

Llegó el reconocimiento

Cuando se acabó el evento y estaban levantando todo para irse, mi director se acercó a los jurados y preguntó por la categoría en la que no se había entendido el primer lugar.

Le dijeron que ganó un chico, pero a mi director le sonó muy raro y pidió ver su puntaje. Uno de los jurados se acercó y dijo: “no, él no ganó. La persona que ganó es una niña, este chico ni siquiera bailó”. Preguntaron ¿Cómo se llama la participante y academia? Silvana Palacios de Efa danza. La que hizo el solo de muñeca. “sí, ella fue la niña que ganó”, dijeron los jurados. Buscaron mi puntuación y mi hoja no estaba, se había perdido.

Estaban las de todos, ¡menos la mía! Luego la encontraron botada debajo de un montón de cosas y vieron que tenía la puntuación más alta. Se disculparon y prometieron corregir el error.

A mi director le entregaron el trofeo del primer lugar. Él estaba arriba y nosotros celebrando abajo, por eso no le entendíamos qué quería decir. Levantaba el trofeo, decía primer lugar y se trataba de dibujar el afro para señalarme, hasta que mi mamá le entendió: ¿Silvana? ¿Primer lugar? Síííííí. Dios había sido bueno y sentí su respuesta “yo hago las cosas a mi tiempo y sé el por qué de cada cosa”.

Como tenía los otros días del viaje libres, le dije a mi mamá que quería ir a la iglesia ese domingo. Quería agradecer simbólicamente porque fue un milagro que yo ganara por primera vez como solista, la competencia estaba súper difícil y todo había sido muy loco. La prédica se trataba sobre los 10 leprosos que Jesús sanó, pero solo uno se devolvió a agradecer. En ese momento nuestra Academia había ganado 10 premios, y yo le dije a mi mamá: “nosotros somos ese uno que se devolvió a agradecer”. Cada vez sentía más a Dios en cada cosa, entendí que debía nutrirme, necesito estar llenándome de la Palabra de Dios para poder impactar a otros.

Ahora viene la competencia internacional en Orlando, del 24 de noviembre al 1 de diciembre. Sé que es difícil porque hay competidores muy buenos de todo el mundo, pero voy por el primer lugar de la mano de Dios. Dios dará los recursos y si Él quiere, traeré la victoria.

Por: María Isabel Jaramillo – Twitter: @MaiaJaramillo.

Fotos: Archivos particulares

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