¡Yo sobreviví al cáncer!

por Revista Hechos&Crónicas

Un diagnóstico adverso es una noticia que nadie espera recibir, pero si se toma con optimismo y se siguen las recomendaciones médicas, puede ser una oportunidad para vivir mejor, aprender de lo que nos enseñan las experiencias y aprovechar las oportunidades que Dios nos entrega.

Soy esposa, mamá y maestra, pero además, soy una de las tantas colombianas que abandonó su país en busca de mejores oportunidades en el exterior. Hace 22 años dejé mi familia, mi trabajo en Casa Sobre la Roca en Bogotá y todo lo que me acompañaba y viajé a buscar un nuevo futuro en Houston, Texas, EE. UU. Pero además de encontrar el amor, las oportunidades y un nuevo comienzo, encontré un cáncer que cambió mi vida…

El shock

Llevaba apenas 10 meses de casada, de mi segundo matrimonio, cuando recibí al trabajo una inquietante llamada de mi doctor.  “Los resultados de los exámenes que se le hicieron dicen que tiene cáncer de seno y necesito que venga a mi consultorio ahora mismo”, dijo sin ningún estupor. Quedé en shock, no podía creerlo. Pedí permiso y salí hacia su consultorio. Durante todo el recorrido pedí a Dios que no fuera verdad, que se tratara de una simple equivocación, de un error… pero no. Efectivamente tenía cáncer de seno en segundo grado.

El doctor dijo que debía intervenirme cuanto antes para sacar el tumor. Le pregunté si podía esperar 20 días, pues ya se aproximaba la fecha de las vacaciones de primavera, pero me dijo que no. El siguiente lunes entré a cirugía.

Cuando desperté, el doctor me dijo: “todo salió bien, sacamos el tumor canceroso, pero es necesario hacerle una segunda cirugía para asegurarnos que no haya quedado nada y revisar los ganglios”.  Me sorprendí. Pensaba que esa primera cirugía lo arreglaría todo y nunca pude entender por qué tuve que pasar por una segunda.

Consulté con mi esposo y con varias personas, entre ellas con una amiga médica que me recomendó ir al hospital M. D. Anderson, que era especial para pacientes con cáncer. Comencé a hacer averiguaciones y descubrí que obtener una cita allí era muy complicado. Es el segundo mejor hospital del mundo, al que llegan pacientes de todos los países. Sin embargo, Dios comenzó a moverse de una forma impresionante. A pesar de los impedimentos de mi seguro médico, se aprobó mi tratamiento en ese hospital. Ahí comenzó el milagro.

La temida quimioterapia

Yo tenía mis esperanzas y mi fe en Dios de no tener que pasar por un tratamiento de quimioterapia, por supuesto, si los ganglios no habían sido afectados. El día de la cirugía me entregué a Dios y confié plenamente en Él. Cuando desperté, estaba segura de que me dirían que no tendría que pasar por quimioterapia, pero mi fe se derrumbó cuando me dieron la noticia de haber encontrado dos de 17 ganglios afectados. No lo podía creer. Lloré amargamente como no lo había hecho hasta ese momento y cuestioné al Señor, ¿por qué, si yo había confiado plenamente en Él?

No había querido contar a mis papás en Colombia lo que estaba pasando, sin embargo, ante el inminente inicio de las quimioterapias tuve que hacerlo y pedir su ayuda y compañía, ya que no tenía familia cerca y mi esposo tenía que continuar trabajando.

A partir de ese momento comencé mi tratamiento: seis meses de quimioterapias, 16 en total y 32 irradiaciones. Durante ese tiempo seguía trabajando como maestra de Kindergarten en una escuela del Distrito Escolar de Houston y gracias a Dios, tuve el apoyo de las directivas en todo momento. Recibía la quimioterapia un viernes cada dos semanas y regresaba a trabajar el siguiente miércoles. El martes anterior era mi peor día: no podía levantarme, pues los dolores en las piernas eran muy fuertes y las náuseas y el vómito eran mayores ese día. Los dos primeros meses, mis papás estuvieron conmigo y eso me fortaleció muchísimo.

La caída del pelo: una prueba a la vanidad femenina

Cuando iba por la tercera sesión de quimioterapia, comenzó a caerse mi pelo. Una amiga me había llevado al salón de belleza donde cotidianamente me arreglaban y tinturaban con iluminaciones que me hacían ver muy bien, así que para estar preparada, conseguí una peluca de pelo natural que pintaron del mismo color del mío.

Me habían dicho que no todos los pacientes perdían totalmente su cabello, pero una mañana, mientras lo lavaba, sentí cómo corría algo por mi espalda y cuando miré al suelo, vi un gran manojo de pelo. No lo podía creer, fue algo impresionante. Pedí a mi mamá que me rapara la cabeza, pues ya no había nada que hacer. Ella lo hizo, profundamente conmovida. Me dijo que jamás habría imaginado tener que hacerlo.

Más adelante, un día, me levanté en la mañana y me miré al espejo para comprobar que mis pestañas y mis cejas habían desaparecido. No sé cómo, ni en qué momento, pero no encontré rastro de ellas por ninguna parte. Me veía como los marcianos de las películas.

Este era justo el momento que yo quería evitar cuando le oraba tan insistentemente a Dios para que me evitara pasar por ese tratamiento. La sola idea de perder el cabello me aterraba y me avergonzaba, pero jamás imaginé que también podría perder las cejas y las pestañas.

Mi esposo me había animado mucho, diciéndome que me amaba con o sin pelo y que estaría conmigo en todo momento, pero yo seguía luchando con la vanidad femenina. Sin embargo, en el momento en que me vi calva, sin cejas y sin pestañas no sentí pena ni lloré.

Muchas veces dejé de usar la peluca debido al calor insoportable del verano que me brotaba el cuero cabelludo y tuve que usar pañoletas. Tenía de todos los colores que hacían juego con mis blusas. Toda vanidad se había ido ante la gratitud de estar viva.

Una mañana mientras trabajaba, sentí un mal olor en mis manos. Me las lavé, pero el olor no desaparecía. Comencé a examinar mis dedos y cuando apreté algunas de mis uñas, comenzó a salir pus. Llamé inmediatamente a mi oncóloga y me dijo que eso les pasaba a muchos pacientes. Me recomendó meter las manos en agua con bicarbonato y un antibiótico, lo hice y la infección se fue.

El renacimiento de la fe

En estos momentos leía mucho el libro de Job, pues sentía mi situación muy similar a la que él pasó. Había tenido problemas familiares que me habían distanciado de mis hijos y eso era algo que creía que no podía soportar, pero me repetía constantemente: El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor! Job 1:21

Durante el tiempo del tratamiento, Dios cuidó de mí de una manera sobrenatural. Tuve a mi esposo y a mi familia pendientes de mí, y amigos que me cuidaban y me acompañaban a los tratamientos cuando él no podía y cuando mis papás tuvieron que regresar a Colombia. Se turnaban para cuidarme después de las cirugías. Cuando recibía las quimioterapias me llevaban comida, hacían la limpieza de la casa,  me daban masajes en las piernas, oraban por mí y algunos me dieron ofrendas. Dios proveyó todo lo necesario, (mi seguro no cubría la incapacidad y llegué a tener meses sin recibir salario), pero lo que más me dio fue serenidad y fortaleza física y espiritual. Nunca dejé de orar y dar gracias a Dios por su misericordia y sus cuidados.

Todos en mi trabajo se asombraban de ver cómo seguía trabajando y sonriendo como si nada pasara. Durante ese tiempo de difícil tratamiento, mis estudiantes sacaron los mejores puntajes en los exámenes del estado y yo fui elegida la “Maestra del año”.

La restauración, un regalo de Dios

Finalmente llegó el día de la última irradiación. Los doctores y las enfermeras se pararon en círculo junto a mí. Al frente, yo tenía una campana muy grande que debía hacer sonar. Cuando la tomé y toqué fuertemente, algo recorrió mi cuerpo. Todos aplaudieron y yo sentí que era libre de aquella horrible enfermedad. Dios había terminado su proceso. Todos me abrazaban y saludaban diciendo: Felicitaciones, ¡ya terminaste!

Cinco años después, con un tratamiento a base de pastillas y luego de muchos exámenes, recibí la noticia de ser llamada “sobreviviente de cáncer” y parte del grupo de “egresados” del hospital. Hoy mi vida ha sido restaurada como la de Job, la relación con mis hijos renació y he comprendido que Dios me trajo a Houston para brindarme el tratamiento que necesitaba en uno de los mejores lugares del mundo, donde me trataron como lo que soy, la hija del Rey.

Por: Margarita Osorio, miembro de Casa Sobre la Roca, fue coordinadora académica del colegio Nuevo Gimnasio Cristiano, rectora del Liceo los Alcázares y coordinadora de la Unidad Educativa Ibli- Facter antes de radicarse en EE. UU.

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