Esta es solo una partida anticipada, porque, cuando Dios nos llame a su lado en un día lejano, disfrutaremos junto a Él y nuestros seres amados de la alegría sin fin de su reino.
Desde nuestra más tierna infancia, entendemos el concepto de la muerte y lo tenemos presente como un suceso natural, pero muy lejano. Encontramos este incierto fenómeno en las páginas de los cuentos que leíamos en el jardín y en las películas de Disney, con sus coloridos mensajes de esperanza, que engañan a nuestra pueril imaginación para creer que el deceso solo ocurre al llegar a una edad muy avanzada o que les sucede exclusivamente a las personas que obran con la intención de lastimar a otros.
A todos nos gustaría que la muerte fuera mucho más que un conjunto de ideas utópicas y lejanas, que no doliera tanto, que no dejara un vacío tan profundo en el alma; pero, la realidad es que la mayoría de las personas debemos hacer frente, tarde o temprano, a esa figura que el cine y la literatura han representado como un ser encapuchado y cadavérico que nos acompaña en nuestro viaje más allá de la vida.
En la mayoría de los casos, nos llega sin darnos cuenta, como un soplo frío e inesperado; otras veces, como ocurrió recientemente con el fallecimiento de la reconocida actriz mexicana Edith González, se presenta como un knock out. Confieso que me sorprendió bastante enterarme de la muerte de la hermosa rubia, famosa por telenovelas como Doña Bárbara, filmada en 2008 en los llanos de nuestro país y basada en la obra del venezolano Rómulo Gallegos. Y es que nadie podría haber predicho que una mujer tan noble, preparada, bella y profesional vería el final de su camino, como resultado de un cáncer que parecía haber superado ya, a la edad de 54 años.
Siempre llega
Pero, la muerte llega, incluso aunque procuremos evadirla con una rutina sana y una atención médica de calidad, es por ello que siempre debemos tener nuestro corazón preparado para Dios, porque no sabemos cuándo será nuestro turno.
Y más allá de cómo nos afecten las tragedias de nuestros artistas favoritos o de nuestros conocidos, lo cierto es que no hay nada peor que ver cómo alguien querido se va. Hay quienes enfrentan este proceso con sabia resignación, mientras que otros simplemente temen más a la ausencia de alguien amado, que al fin de sus propias vidas.
Recuerdo una frase de la autora británica Emily Brontë, en el libro Cumbres Borrascosas, que me marcó mu cho, porque, con palabras dulces, logra tocar la fibra sensible del lector: “Si todo pereciera y él quedara, yo seguiría existiendo; y si todo quedara y él desapareciera, el mundo me resultaría del todo extraño, no parecería que formo parte de él”.
¡Cuán apropiadas resultan estas palabras para quienes no nos imaginamos la vida sin volver a hablar con alguien a quien queremos mucho!
El fin de un camino
Aunque haya tenido cuatro años para hacerme a la idea de que ella ya no estará y a pesar de que la he visto deteriorarse con cada año que transcurre, aun no puedo imaginar cómo será la vida sin mi abuela.
El Alzheimer se la ha llevado lentamente y, por mucha tristeza que me produzca admitir esto, la verdad es que en ese cuerpo tan querido ya no hay nadie. Sus ojos siguen siendo tan dulces como siempre, pero me miran desde un lugar lejano en el que no la puedo alcanzar. “No te vayas a donde no te puedo seguir”, pienso; pero, también me debato contra la idea persistente y sensata de que su sufrimiento debe acabar en algún momento y que solo Dios sabe cuándo será el momento del “adiós definitivo”.
Un adiós anticipado
En mayo tuve la oportunidad de despedirme y realmente creí que esa sería la última vez que nos veríamos. Ella estaba postrada en una camilla, con una vía en su delgado y arrugado brazo, y su melena entrecana algo revuelta, debido a los días que había pasado interna. La habían trasladado desde su centro geriátrico a una clínica, como resultado de repetidas convulsiones; sin embargo, en el poco tiempo que estuvo allí su estado empeoró mucho, debido a la mala praxis médica y a la poca calidad humana de los residentes que estaban a cargo de proveerle una atención humana.
Ahí, en un cubículo separado por un biombo y entre el olor de las medicinas y la rancia comida de hospital, le abrí mi corazón, desnudé mi alma ante ella, porque entendí que tenía mucho qué decirle. Y es que, cuando alguien querido va a fallecer, inmediatamente nos damos cuenta de que tenemos muchos asuntos sin resolver y una montaña de razones para sentirnos arrepentidos.
“¿Y si la hubiera llamado más? ¿Si la hubiera visitado más a menudo? ¿Si le hubiera dedicado más tiempo? ¿Tengo parte de culpa en esto?”. Son muy recurrentes esas interrogantes y precisamente eso fue lo que le dije, mientras apenas me veía, en su estado de duermevela. Las palabras no bastaban, porque ella es la mejor persona que he conocido, ha sido una segunda madre y una mujer ejemplar; así que todo lo que salió de mí fue cuánto la amo y lo agradecida que estoy con Dios por haberla puesto en mi vida.
¿Cómo seguir?
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna». Juan 3:16
Entonces, ¿cómo continuar cuando nos percatamos de la inminencia de la partida de alguien? Un día esa persona no estará y lo que quede de ella reposará bajo tierra, lejos del calor de nuestros brazos o el anhelo de nuestras miradas. Ya no habrá largas conversaciones en una tarde cálida, con una humeante taza de café en mano, ni un regazo dónde sentirnos arropados… ¡Qué fácil olvidamos que las vidas de nuestros seres queridos son un tesoro sin tacha de inestimable valor!
Aun estoy tratando de comprender cuesta mucho más ¿Cómo avanzar, cuando alguien tan imprescindible para nosotras puede morir de un momento a otro? A pesar de que albergamos muchas interrogantes y que deseamos tratar de entender por qué esto le está sucediendo a una persona tan gentil, que merecía pasar su vejez disfrutando del fruto del trabajo de toda una vida; también comprendemos que Dios hace todo a su modo y aunque no seamos capaces de entender sus razones.
Él mismo entregó a su hijo único para que muriera por nuestros pecados ¡Nuestro Señor nos salvó con el dolor de su carne y su último aliento! Si él puedo hacer frente a ese desafío, si sus apóstoles pudieron continuar al ver a su maestro padecer lo indecible, nosotros debemos seguir ese ejemplo de fe.
Como escribió la famosa novelista chilena, Isabel Allende: “Igual que en el momento de venir al mundo, al morir tenemos miedo de lo desconocido. Pero, el miedo es algo interior que no tiene nada que ver con la realidad”. Así que, si usted está atravesando una situación tan dura como esta, lo invito a que me acompañe a depositar nuestra esperanza en el Señor. Esta es solo una partida anticipada, porque, cuando Dios nos llame a su lado en un día lejano, disfrutaremos junto a Él y nuestros seres amados de la alegría sin fin de su reino.
Foto: Stockvault / Merelize