¿Perfectos idiotas?

por Revista Hechos&Crónicas

Con el paso de los decenios, el fin de la historia ha llevado la lucha armada a su curva de Peters o nivel de incompetencia. Movimientos colectivos por la paz son bien recibidos en los sectores comprometidos en los conflictos que han desangrado a países latinoamericanos a lo largo del siglo XX (Argentina, Uruguay, Bolivia, Perú, Venezuela, Guatemala, El Salvador, Nicaragua) y tienen sus últimas expresiones en Colombia y Chiapas, México.

Los cristianos, como es natural, somos imparciales. Para nosotros tienen el mismo valor el militar, el paramilitar y el guerrillero: son hombres creados a la imagen de Dios, y por todos ellos murió Jesús en el Calvario. Durante su tránsito terrenal, el propio Salvador, en su grupo de colaboradores íntimos, contaba con un zelote, es decir, un subversivo contra el Imperio Romano.

Celebramos los pasos que actores de la guerra vienen dando para interpretar la voluntad ciudadana. Soñamos con un futuro en el cual el militar, el paramilitar y el guerrillero puedan fundirse en un abrazo bajo la bandera de la patria y la cruz de Jesucristo. Según San Pablo, tenemos una perentoria obligación: Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo, y nos dio el ministerio de la reconciliación. 2 Corintios 5:18.

Isaías dedicó al Cristo, con siete siglos de anticipación a su venida, la expresión que muchos han pervertido en la práctica: Príncipe de Paz. Isaías 9:6.

El Redentor resucitado se presentó ante los discípulos y sus primeras palabras fueron: La paz sea con ustedes. Juan 20:26b.

En el griego del Nuevo Testamento, la palabra utilizada para hablar de la paz es eirene. Por eso, la mitología dio el nombre de Irene a su diosa de la paz. Este vocablo define un estado continuo de sosiego, serenidad y armonía en medio del tumulto y los conflictos. El apóstol de los gentiles lo llamó: La paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Filipenses 4:7ª.

La paz comienza en el corazón. Quien no tiene paz por dentro, no podrá irradiar paz hacia fuera. Nuestras oraciones piden al Padre esa paz suya, netamente imparcial, para todos los actores del conflicto. El maniqueísmo que justifica a unos y condena a otros es inaceptable. Sin vencedores ni vencidos pírricos, hay que tender el manto de perdón y olvido definitivos, como nos enseñó aquel de quien el genio de Tarso dijo: Porque Cristo es nuestra paz. Efesios 2:14a.

En el posconflicto conviene releer el Manual del perfecto idiota latinoamericano, complementado con El regreso del idiota, pues contiene elementos valiosos para descifrar nuestra psicología colectiva, inclinada al populismo. Leamos este comentario sobre el peruano Gustavo Gutiérrez, quien, exasperado por la injusticia social,  leyó la Biblia con los anteojos de Lenin: Los teólogos de la liberación son feligreses de la parroquia de Napoleón, el cerdo mayor de la granja de Orwell: Para ellos, unos son más iguales que otros. La lucha de clase religiosa contradice esencialmente el carácter universal del corazón divino: ¿Cómo puede el mismo Dios que quiere a los potentados Forbes y Rockefeller, Azcárraga y Marinho, soplar aliento en el oído de quienes  quisieran despachar a estos caballeros al más quemante de los infiernos? ¿Quieren decirnos que el Dios de la fraternidad es, en verdad, un fratricida? ¿Es el Dios de la justicia también el Dios de la envidia?

La Teología de la Liberación y la Teología de la Prosperidad son deformaciones de la genuina Teología Cristiana, para la cual, si bien los tesoros materiales deben servir al interés común, el rico y el pobre son iguales ante Dios.

Foto: David Bernal / Revista Hechos&Crónicas

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