Una prueba de fe

por Revista Hechos&Crónicas

Gabriela Sofía Sierra Riaño es una niña que a la corta edad de nueve años tuvo que atravesar una dura prueba con su salud. Hoy, luego de cumplir 12, nos cuenta su testimonio y cómo Dios obró de manera sobrenatural sobre su vida y su familia.

Todo empezó el domingo 8 de Octubre de 2017. Estábamos en la iglesia, mis papás apoyaban como servidores de Rocafé. Yo tenía 9 años recién cumplidos. Sentí un dolor de cabeza muy fuerte y les pedí a mis papás las llaves del carro para dormir un poco. Luego de un par de horas, mi hermanita Eliza fue a avisarles que yo estaba llorando por el dolor y la fiebre. Mis papás entregaron el servicio y me llevaron de urgencia a la clínica, allá me dijeron que no era nada grave. Necesitaba medicamentos de rutina, descanso en casa y amor familiar.

Al día siguiente, en la madrugada, sentí un dolor de cabeza aun más fuerte. Tanto, que sentía que se me salían los ojos y que mi cabeza iba a explotar. Me dieron medicamento y todo bien, pero cuando me levanté ese día, fui a acompañar a mi mamá al consultorio donde trabajaba y me sentí muy mal. Allí había una pequeña camilla en la que me acosté porque estaba un poco mareada, pero después empecé a vomitar, tanto que vomité hasta bilis. Estaba súper deshidratada, me traían suero para que me hidratara un poco pero lo que consumía, lo expulsaba. No me sentía muy bien que digamos.

Luego me llevaron a una clínica, me hicieron un chequeo rápido, pero no decían nada, quizás era una falsa alarma, luego me empezó a doler la cabeza otra vez tan fuerte como en la madrugada, así que me hicieron un examen llamado “tac” (es como una radiografía de la cabeza) pero ese examen mostró tres puntos muy inusuales que no deberían estar ahí.

Pasé la noche en observación y luego me hospitalizaron. Estuve ahí por unos días, pero me tenían que hacer varios exámenes más y la clínica no tenía los equipos necesarios para esos procedimientos, así que me tuvieron que trasladar a otro hospital. Había tres opciones y mis papás se inclinaban por una que no quedaba tan lejos de nuestra casa y cerca de mi tía, quien se había ofrecido a ayudarlos. Literalmente quedaron muy decepcionados al saber que autorizaron el traslado a un hospital muy lejos y que queda en una zona de Bogotá un poco peligrosa. Pero Dios les mostró que Él tenía el control.

Llegamos allá en una ambulancia que estaba decorada de la película Enredados. Duramos en observación unas horas un poco largas, no había habitación. Mi mamá ya estaba agotada y con migraña, así que decidieron que mi papá me iba a acompañar esa noche. Luego vino el cambio de turno, se presentaron los jefes y jefas de enfermería y fue una gran bendición porque la jefa de enfermería de ese turno fue estudiante de mi papá, que es docente. Eso fue increíble porque ella ayudó a que me dieran habitación mucho más rápido. Si mi mamá se hubiera quedado, esto no habría pasado. Como dice mi papá, “ella fue un ángel que el Señor envió para mostrarnos su amor”.

Como la habitación era compartida, pasaron varios niños por la otra cama. La mayoría con diagnósticos difíciles, incluso uno de ellos murió, pero mi mamá y la gente que nos apoyaba en oración, la iglesia, que siempre estuvo pendiente, pudieron compartirles y orar por ellos.

El diagnóstico y la cirugía

Con los exámenes me descubrieron una malformación arteriovenosa, al parecer unas venitas de mi cabeza no se desarrollaron bien y se creó un nudo de pequeñas venitas de mi cerebro. Había tres opciones: embolizar, cirugía láser o cirugía tradicional, todas con muchos riesgos para mí. El especialista les explicó a mis papás que lo mejor era la cirugía tradicional.

Llegó el día de la cirugía (31 de octubre de 2017) y me sentía súper ansiosa porque ¡me iban a abrir la cabeza! Me levantaron a las 5 de la mañana, nos despedimos con nuestros compañeros de cuartos y me llevaron a una sala. Me cortaron pequeños espacios de cabello y me pusieron unos aparatos pequeños para hacer un pequeño mapa y poder ubicar bien el espacio donde me iban a operar. Después me llevaron a la sala de cirugía lo último que vi fueron enfermeras con caritas de conejos y unas luces que parecían un OVNI.

Después de seis horas de cirugía, me desperté y vi a mi familia detrás de un vidrio y me llevaron a la UCI. Tenía mi carita muy hinchada, tanto que parecía una muñequita de trapo o al menos así me llamaba yo. Duré un día y medio en UCI, luego me pasaron a la Unidad de Cuidados Intermedios. Allí me puede bañar por primera vez después de la cirugía y se sintió muy bien. Además, me quitaron una cinta que tenía en la cabeza para proteger la sutura, a punta de gel antibacterial. ¡Ardía y dolía mucho!

Al día siguiente celebraban el día de los niños. Mi doctor era muy amargado, pero yo le hice pasar de amargado a ser un poco más dulce. Él me dejó salir de la habitación y pude tomarme fotos con los demás, fue muy chévere porque pude salir de la sala. Las enfermeras organizaron una silla de ruedas con todos los aparatos que monitoreaban mi cuerpo y él me llevó por los pasillos del hospital hasta el parqueadero, donde habían dispuesto una gran carpa para el evento.

Mi abuelo me trajo helado y fue muy chistoso porque cogían helado y me lo traían cada vez que lo pedía, después algunas personas disfrazadas vinieron a mi cubículo y se tomaron unas fotos conmigo.

Regreso a casa

Cuando me dieron de alta, mi tío me llevó a casa y toda mi familia estaba allí. Eso me hizo muy feliz. Mi hermanita me recibió con un abrazo y mi papi me dejó un arreglo de flores y un peluche en mi cuarto. Duré un tiempo sin ir al cole, pero mis compañeros y amigos me enviaban cartas y también me enviaron una canasta con frutas. Después de un tiempo pude tener mi vida normal ¡como si nada hubiera pasado!

Esto me hizo sentir que no era todo alegría, sino que también hay momentos en los que Dios pone a prueba nuestra fe. Ahora me doy cuenta de que soy muy bendecida y debo agradecer lo que tengo y lo que me dan. Había muchos riesgos de que quedara con una discapacidad o algo así, y yo solo decía: “menos mal estoy bien”, pero ahora digo: ¡wow, es un milagro que esté aquí escribiendo esto! Para la gloria de Dios, no presenté ninguna de las consecuencias que nos habían comentado, por eso sé que Él tiene un propósito grande conmigo y soy muy bendecida de tener una familia que me quiere, me cuida y se preocupa siempre por mí, igual que mi iglesia. Ya hice escuela de siervos, actualmente estoy con TMT (grupo de jóvenes) como apoyo en uno de los grupos y mi deseo es servir a Dios con todo mi corazón. Mi familia y yo solo queremos ser instrumentos de bendición.

Fotos: Archivo particular.

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