Mujer: Servidora de Dios, no esclava del mundo

por Revista Hechos&Crónicas

La realidad de la mujer y su rol en nuestra sociedad ha sido un tema muy debatido, marcado, en ocasiones, por el dolor y las injusticias. No en vano dijo el primer actor Jorge Enrique Abello, cuando encarnó al personaje de Juan Camilo Caballero en la telenovela de proyección internacional “En los tacones de Eva”: “Ser mujer es de machos”. Y es que ha sido precisamente ése el carácter con el que el género femenino ha tenido que enfrentar su papel en un mundo que no ha sido justo al momento de reconocer nuestras capacidades y nuestros derechos.

Recuerdo que, cuando era niña, mi hermana y yo solíamos preguntarnos cada madrugada, al despertar para ir al colegio, quién habría sido la ociosa que pensó en aquello de la liberación femenina ¡Pero es que en las novelas rosas y en los cuentos de hadas todo suena encantador! En un buen libro de cualquiera de estos géneros no falta la dulce joven que sólo debe ocuparse del hogar, tras un matrimonio con gran boato, del brazo del hombre que todas soñamos.

El resto de la vida de estos personajes transcurre entre un idilio sin fin y riquezas inagotables, siempre valoradas por el simple hecho de ser ellas mismas y por sus buenos sentimientos, que cautivan a quienes las rodean.

Nuestra realidad, sin embargo, ha sido una lucha casi desde los albores de la humanidad y un picante tema de debate que aún causa cierta controversia en reuniones sociales. La liberación femenina es un movimiento que continúa hasta nuestros días y que tuvo su gran apogeo a principios del siglo pasado en países desarrollados, debido a los cambios políticos, económicos y sociales.

En Inglaterra, por ejemplo, surgió el llamado movimiento de la liberación femenina, formado por un grupo de mujeres con la audacia suficiente para desafiar al sistema, en contra de la discriminación inherente al sufragio; exigían el voto femenino, tener voz en la democracia y poder participar en la elección de sus gobernantes. Este movimiento se extendió rápidamente, como  la pólvora, a Estados Unidos, donde eran conocidas como “las sufragistas”.

La mentalidad femenina comenzó a cambiar a inicios de la década de 1920, las mujeres de entonces comenzaron a transformarse; la ultrafemenina y sumisa ama de casa adoptó un estilo más masculino, cambió sus vestidos por atuendos más sencillos para trabajar, algunas se cortaron el cabello, comenzaron a fumar, usar pantalones, practicar deportes masculinos, conducir automóviles y a hacerse cargo de tareas más allá de lavar y zurcir la ropa, criar a los hijos y atender a sus esposos.

Este período de grandes acontecimientos sociales y políticos dio inicio a una nueva era que ha marcado nuestro estilo de vida actual.

Como mujer y madre, me asombra la vorágine de tareas por hacer que tengo semanalmente. Mi trabajo, mi hogar, mi esposo y el niño… Es sumamente gratificante ser parte de algo tan especial y tener un hogar sanamente constituido, pero a veces las exigencias de mi género parecen no tener fin. No sólo lo veo en mi desempeño diario, sino también en las mujeres que me rodean, con quienes laboro y convivo, aquellas que forman parte de mi vida y de mi familia, y por quienes siento un profundo respeto.

Ser mujer es de machos

Nos han programado, cual teléfonos inteligentes, para cumplir con un sinnúmero de funciones. De lo contrario, pasamos a ser una versión obsoleta de nosotras mismas. Debemos lucir hermosas, siempre de punta en blanco y con una figura envidiable, fitness, porque son los cánones de belleza que han impuesto revistas, diseñadores y escritores.

Comer y vivir en función de tener abdominales de comercial es lo que quita el sueño a muchas mujeres. Y las redes sociales, con sus filtros, estilos de vida millonarios y mujeres absolutamente hermosas, no contribuyen a que la autoestima femenina se mantenga estable, en especial en las más jóvenes. No conforme con ello, debemos ser profesionales, amas de casa dedicadas y madres abnegadas, sin contar con cultivar una relación de pareja goals, de cuento de hadas, porque no puede faltar la foto que despierte envidia en Facebook e Instagram en cada aniversario y día de los enamorados. Es sine qua non. Si no, pasamos a formar parte del grupo de solteras que publica memes cada año, burlándose de su propia soltería, que no es más que un lamento velado, y que coloca en su perfil fotografías con las mascotas.

Todas estas exigencias nos han llevado a juzgarnos duramente entre nosotras y estar más confundidas que nunca respecto al rol que tenemos que desempeñar. En nuestro afán por ser “perfectas”, hemos contribuido al fomento de esa injusticia de género que tanto condenamos.

Las cifras de diversos organismos nacionales e internacionales confirman lo que hace tiempo sospechamos: que, a pesar del gran avance en la lucha por los derechos femeninos y la reducción de las brechas, las mujeres siguen ocupando los puestos de trabajo más precarios, son mayoría en el comercio informal y trabajan, en total, más que los hombres, sin obtener el mismo reconocimiento económico y social.

En Colombia, la oferta laboral femenina corresponde al 51,1% de la Población en Edad de Trabajar (PET). Hasta septiembre de 2014, nuestro país contaba con una tasa de desempleo femenina del 11,3% y del 7% para de los hombres, según estadísticas del Departamento Administrativo Nacional de Planeación, DANE. Esto es más de dos puntos por encima de la tasa de Latinoamérica, asegura un artículo publicado en el portal coomeva.com.co.

Los expertos coinciden en afirmar que aún subsisten amplias brechas especialmente en cuanto a segregación horizontal -estereotipos en cuanto a las profesiones u oficios considerados como propios de las mujeres.

“Según datos de empleo en el país, más del 50% de los trabajadores en ocupaciones relacionadas con labores administrativas y de oficina, trabajos de servicios y ventas, así como en la industria, corresponde a mujeres. Esto contrasta con trabajos como la Fuerza Pública, operadores de instalaciones de máquinas y ensambladores, donde más del 50% de los trabajadores son hombres. El 32% de las mujeres ocupadas son empleadas del sector de servicios sociales, comunales y personales, mientras que la participación de los hombres ocupados en estas labores es únicamente del 11%”, publicó la citada web.

Pero, aquí no terminan los problemas para la mujer. Aunado a las dificultades laborales, persiste un problema sociocultural que representa, en algunos sectores, una verdadera tragedia. Se trata, nada menos, que la violencia contra la mujer, con una tasa de prevalencia en Colombia del 16%, así como el acoso sexual. “En este aspecto, Colombia es cercana a Canadá y está mejor, incluso, que Estados Unidos; aun así, las cifras son elevadas. En el caso colombiano, el 20 por ciento de las mujeres encuestadas registran haber sido víctimas de acoso sexual en el último año (3,5 millones)”, informó el diario El Tiempo en un reportaje difundido en marzo de este año.

Sin embargo, el empoderamiento de la mujer, que en los últimos años ha ganado terreno con repercusiones a escala mundial, ha dado pie para que surjan otro tipo de debates que confunden aún más el rol para el cual estamos destinadas. En la actualidad, muchas han ocupado sus vidas en la formación profesional, el trabajo y los proyectos de emprendimiento, dejando de lado o aplazando el momento de formar un hogar y tener hijos con la persona adecuada. Y varios estudios han ayudado a que, cada vez más, mujeres jóvenes, en edad de formar un hogar, aplacen el momento de ser madres o se nieguen rotundamente a concebir. E incluso grandes estudios aseguran que tener hijos a una edad avanzada es saludable.

Una investigación reciente reveló que las madres primerizas con más de 35 años de edad obtuvieron mejores resultados en pruebas de agudeza mental, búsqueda de solución de problemas y de capacidades verbales. De acuerdo con elpanorama.com.ve, esto podría deberse al aumento hormonal durante el embrazo, que afectaría de manera positiva la química cerebral, y a mayor edad de la madre, más durabilidad de dichos cambios.

¿Otra exigencia más con la que debemos cumplir para no ser estereotipadas? ¿Formar un hogar antes de los treinta y cinco es, como dicen, “salirse de la fiesta antes de las diez de la noche”?

La vieja usanza

Luego Dios el Señor dijo: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada. Génesis 2: 18. La exégesis bíblica sobre el tema de las relaciones hombre-mujer ha sido muy estudiado y exclusivamente jerárquico. Pero, para comprender la posición de la mujer en Israel, en los tiempos de nuestro Señor, sólo es necesario examinar con cuidado el Nuevo Testamento, asegura Alfred Edersheim en su libro “Usos y Costumbres de los Judíos en los Tiempos de Cristo”.

La vida social que se presenta en las Escrituras da una visión plena del lugar que tenía la mujer en la vida privada y pública. “No encontramos aquí aquella separación tan común entre los  orientales en todo tiempo, sino que la mujer se mezcla libremente con otros tanto en casa como fuera”.

En la sociedad judía del siglo primero, de acuerdo con Edersheim, la mujer, en lugar de adolecer de inferioridad social, asume una parte influyente y frecuentemente conductora en todos los movimientos, especialmente en los de carácter religioso. En Israel la mujer era pura; el hogar, feliz, y la familia, santificada por una religión que consistía no sólo en servicios públicos, sino que entraba en la vida diaria, y que englobaba en su observancia a cada miembro de la familia.

Para Dios, el rol de la mujer está muy claro. Podemos observar esto en Génesis 2:18, cuando nuestro Señor dice: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Al ver Dios a Adán solo, varón sin hembra, su juicio es claro: eso no es bueno. Es la primera y única cosa que Dios destaca como necesitada de perfección en una creación en todo lo demás perfecta y buena. Adán es la fuente material de Eva y se le adjudica de inmediato la responsabilidad de ponerle nombre propio. Esas dos características presentes en el relato constituyen la base de los posteriores postulados en el Nuevo Testamento acerca de la supremacía, explica un fragmento adaptado de El Significado del Matrimonio: Cómo enfrentar las dificultades del compromiso con la sabiduría de Dios.

Ahora bien, a pesar de esa autoridad masculina, la mujer no es representada como algo inferior, sino que, muy al contrario, es considerada ayuda idónea. “Ayudar” a alguien supone entonces compensar lo que le falte de fuerza. La mujer entraña esa ayuda tan particular y especial, ayuda idónea y fuerte, explica el portal  coalicionporelevangelio.org.

Las mujeres, por lo tanto, y a diferencia de todo lo que se ha pensado hasta ahora, de las ideas actualmente concebidas, no somos inferiores ni superiores a los hombres, sino el complemento ideal para sus vidas. Son por ello como dos piezas de un rompecabezas que encajan siendo diferentes, contribuyendo, sin embargo, a crear una totalidad perfecta. Cada sexo está capacitado para asumir distintas responsabilidades dentro de un “gran diseño”.

Debemos reconocer que se pueden considerar como beneficiosos y positivos muchos cambios en cuanto al género. Sin embargo, el impacto general de algunos movimientos ha sido negativo, y la erosión de la feminidad ha guiado a una cantidad de males. La función de la mujer se ha alterado y degradado, por lo que el resto de nuestra sociedad también ha sufrido.

Como mujeres en Cristo, hemos sido creadas no para ser esclavas de los hombres, ni del trabajo, ni de un sinnúmero de exigencias sociales con las que creemos que debemos cumplir para ser aceptadas ¡Hace mucho que Dios nos aceptó, y somos parte fundamental de su plan! No somos inferiores a los hombres, somos su complemento, y nuestro rol en el diseño no debe ser de servilismo ni para el mundo ni para los hombres, sino con la frente en alto, seguras de la fortaleza que tenemos en el Salvador, sirviéndole a Él.

Por:  Verushcka Herrera R – @vhequeijo

Foto: 123RF

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