Luisa Fernanda Guzmán y Miller Vergara ejemplifican esta frase. Después de pasar una dura prueba de salud, su relación no tambaleó, por el contrario, su matrimonio se vio fortalecido y su amor creció. A continuación, nos cuentan su testimonio y las lecciones que lograron extraer de este difícil momento.
El año 2021 estuvo lleno de milagros. Sentimos a Dios de una forma muy palpable y a la vez pasamos una de las pruebas más fuertes que hemos tenido como familia. En una tarde de domingo, estábamos viendo una buena película mi hijo de cinco años, mi hija de siete, mi esposo y yo. De un momento a otro, mi hijo se recostó en mi pecho y sentí un fuerte dolor. Me hice el autoexamen de seno y no encontré nada, pero cuando me recosté de lado, sentí una bolita.
De inmediato le dije a mi esposo, y él también la sintió, así que agendó una cita médica para el día siguiente. La doctora nos envió una mamografía y una ecografía. Cuando fuimos a realizarla, el especialista nos dijo que probablemente era una masa de carne y que deberíamos hacer todo lo posible para que hicieran una biopsia.
El resultado de la biopsia nos indicó que era una masa cancerígena. “Cáncer”, pensamos. Es un sentimiento fuerte. Mi esposo y yo nos miramos. ¿Qué pasó? ¿Por qué estamos pasando por esto? Si tratamos de llevar una vida en santidad, servimos al Señor, hacemos lo posible para ayudar al prójimo, ¿qué fue lo que pasó? Y no, no lo entendimos. Recuerdo que una mañana, después de que salíamos de la cita con la mastólogo, nos confirmó que tenía cáncer. Nos dijo que la masa debía ser retirada lo antes posible y además que, si era genético, me tenía que quitar la mamas y el útero. Para nosotros fue un golpe fuertísimo.
Por temas de Covid, a mi esposo no lo dejaban entrar a las consultas conmigo, pero yo lo llamaba, ponía el altavoz y así pudo escuchar cuando la doctora me explicó que el mismo diagnóstico era un milagro del Señor, pues detrás de las glándulas mamarias estaba la masa. ¡Era imposible que nosotros la detectáramos!
Una mañana me levanté angustiada, era de madrugada y había neblina en la sabana de Bogotá. Estaba orando y mi cuerpo temblaba, mis rodillas nos soportaban mi peso por tal razón caí de rodillas; en ese momento sentí los rayos del sol en mi espalda y una voz me dijo: “así como te restauró espiritualmente, también te restauró físicamente”. Terminé mi devocional y le conté a mi esposo las palabras del Señor.
En esos días comenzamos los exámenes: una gamagrafía, una radiografía de pulmón, ecografías de hígado y estómago, electrocardiogramas y exámenes de laboratorio. Cada vez que íbamos con mi esposo a recoger un resultado y leíamos que no había hecho metástasis, celebrábamos como un gol de Colombia. Nos abrazábamos, él me levantaba, me daba vueltas… ¡era un milagro de mi Padre Celestial!
No temas
En la mañana de la cirugía nos levantamos muy temprano e ingresamos a Bogotá. Mientras esperábamos la hora, hicimos el devocional con mi esposo en el carro y leímos el Salmo 23. Cuando entré el quirófano, en la pared estaba escrito justamente el Salmo 23:1: El Señor es mi pastor, nada me falta. En ese momento sentí nuevamente el respaldo del Señor. Cuando desperté de la anestesia y después de la cirugía, en la pared de la sala de observación estaba escrito Isaías 41:10: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa. Era mi Padre Celestial acompañándome a cada momento.
Estando en sala de recuperación permitieron que mi esposo entrara y me ayudara a vestir y él con su gran amor me puso la ropa con mucha suavidad para no hacerme daño. Recién me casé, peleaba muchísimo porque pensaba que mi esposo era lento. No lo era, Dios le había dado el don de la paciencia y hoy se lo agradezco.
Al poco tiempo salieron los resultados de la biopsia, de la masa que sacaron. En los bordes todavía se evidenciaban células cancerígenas. Fue un duro golpe para mí, pensaba que ya habían sacado todo, pero recuerdo que mi esposo dio gracias a Dios cuando dijeron que tenían que realizar otra cirugía. Yo estaba extrañada, pero él me miró a los ojos y me dijo: “Dios se dio cuenta de que no había quedado bien la cirugía, deben perfeccionar lo que hicieron”. En ese momento di gracias a Dios porque lo que no vio el cirujano, lo vio el patólogo. El Señor estaba en control de todo.
Debido a los dictámenes médicos, empezaron los ataques de pánico. En el día estaba tranquila, trabajaba, estaba con los niños y mi esposo, pero me despertaba en la madrugada, sentía que mi cuerpo no respondía, no podía hablar. Mi esposo se levantaba a traerme agua, pero yo no podía sostener el vaso, ¡me pesaba como un ladrillo!
No podía hablar, mi lengua estaba completamente dormida, no podía pedir ayuda, no podía orar, quería salir corriendo… pero mi esposo estaba ahí como un valiente guerrero y oraba en voz alta. Me consolaba, me ayudaba, y en ningún momento dejaba de orar, hasta que me tranquilizaba. Le comenté a Paula, mi líder del ministerio de Casa2, lo que estaba pasando y al día siguiente llegó a mi casa con Alejo, su esposo, para apoyarnos, orar por nosotros, darnos consuelo y animarnos. Recuerdo una conversación donde ella me decía que debía soltar el control y permitir que Dios manejara todo. Me contactó con Betty, una mujer cristiana que había experimentado el proceso, y el consejo que me dio fue que me divirtiera, que me riera de la vida, que pidiera gozo a nuestro señor, y así fue. Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense! Filipenses 4:4.
Llegó el momento de dejar el control y entregar mi vida, la de mi esposo, la de mis dos bellos hijos y mis padres. Dije: “Señor, te los entrego. Toma el control. Tú eres nuestro Padre y sabes los planes de bienestar que tienes para nosotros”. No fue nada fácil, pero entendí que ellos estarían muy bien, mejor de lo que yo los pudiera cuidar.
Empezamos las radioterapias y como el estómago estaba muy cerca de la zona irradiada, los dolores eran muy fuertes. Había días que no soportaba, se me bajaba la tensión, me dolía, me sentía mal, pero nuevamente mi esposo estaba ahí… me tomaba en brazos, me levantaba y me sostenía con fuerza para que no me cayera. El dolor era tan fuerte que me llegaba hasta la espalda y él con su amor me masajeaba la espalda y oraba al Señor para que tomara el control. Así, con su cariño, su voz en oración, caía rendida en sueño.
Comenzamos quimioterapias luego de un proceso solicitando la autorización, pero Dios en su poderío permitió que iniciara el tratamiento. Sin embargo, la boca se me inflamó y no podía comer. Mi vecina me pasaba una compota para subir las defensas, pero era duro.
A veces me dolían los huesos y no podía caminar bien, pero Dios me dio un bastón, mi esposo que nunca me soltó de la mano. Se me empezó a caer el cabello y mi esposo una tarde cogió la máquina y me rapó la cabeza. Mis hijos sufrieron muchísimo cuando me vieron calva, fue un duro impacto para ellos, pero también se fortalecieron mis pequeños y valientes guerreros.
El proceso comenzó a afectar fuertemente nuestra parte económica, pero el Señor no permitió que pasáramos angustias. Recibimos apoyo por todas partes: las tías del exterior nos enviaban dinero, los primos traían frutas, mercado, etc. Los amigos venían y nunca llegaron con las manos vacías. Pero lo más impresionante fue el apoyo en oración. Pedíamos como locos al ministerio de oración y a todos los grupos de WhatsApp que oraran por nosotros y sabemos que Dios los escuchó.
El esposo, bastón de apoyo
En esta prueba, como esposo, entendí esos votos que hacemos frente al pastor con nuestra prometida y cuando ya sale de la capilla convertida en nuestra esposa. Esos es votos que dicen: “en la enfermedad, en la salud, en la riqueza y en la pobreza”, los vi realizados en ese instante.
Dios siempre nos apoyó, nos dio su mano, su bendición y su gracia. A mí como esposo, líder y sacerdote de un hogar hermoso, me fortaleció para enfrentar esta prueba grandísima donde tenía que dar ánimo, valor, entusiasmo, verraquera, fe y esperanza.
A veces uno piensa que nada de eso le va a tocar, que no va a llegar a las puertas de su hogar, pero como líderes y guerreros valientes, debemos recordar Josué 1:9, donde Dios nos manda a nosotros los hombres a que seamos fuertes y valientes, que aguantemos y no desfallezcamos en ningún instante, porque tenemos a nuestro cargo una esposa y unos hijos, un hogar que debemos llevar siempre, como líderes y sacerdotes, a los pies de Cristo.
En el momento en que este tipo de cosas tocan las puertas de nuestro hogar, debemos ejercer ese liderazgo que Dios impuso sobre nosotros. Ese era el momento de responder frente a Dios, frente a mi esposa e hijos y frente a mí mismo, porque como ser humano tenía miedo de enfrentarlo, de que mi debilidad hiciera que mi esfuerzo no fuera suficiente, de que alejara a mi esposa de Dios o tal vez no hiciera un buen trabajo como apoyo, como ese bastón que ella necesitaba.
Un amigo nos decía algo que es muy cierto: A veces volteamos la mirada a la persona que está pasando por la enfermedad, pero también debemos mirar un poco más allá, hacia esa persona que está ayudándola, que está levantando sus brazos como hizo Josué con Moisés para que pudieran obtener la victoria. En nuestro caso, muchas personas oraron por nosotros y nos ayudaron al 100 % y Dios siempre estuvo allí pendiente de nosotros y económicamente, nunca nos faltó nada.
Por eso es importante que volvamos a Dios. Por ejemplo, a veces uno piensa que la Biblia es un cuento de hadas y no. La Biblia nos enseña cómo debemos afrontar las pruebas que la vida nos trae. Nadie más nos prepara para eso, pero qué rico poder decir hoy en día “enfrentamos esta prueba y Dios nos ayudó a salir adelante”. Tenemos un poco más de madurez espiritual, de conocimiento, de fe hacia nuestro Señor. Sé que nos falta mucho, pero puedo decir que hemos crecido de una manera impresionante.
Cuando tú ves a tu a tu pareja mal, tu mundo se derrumba. Tu tranquilidad se va al piso. Tu estabilidad flaquea y tú haces todo lo posible para que ella esté perfecta, bien cuidada. El horario que yo tenía para mi esposa, durante un año entero, fue 24/7, consintiéndola, orando por ella, amándola mucho más que hace 10 años. En ese instante la amaba de forma impresionante. Es increíble el amor que Dios nos da a nosotros los esposos cuando bajamos nuestra cabeza, tendemos nuestras rodillas al piso y suplicamos su amor y gracia. Él nos bendice de una manera impresionante, nos prospera y nos da su apoyo incondicional.
En Él podemos entregar todos nuestros miedos, nuestras lágrimas, todo y Él sabrá respaldarnos y darnos la victoria. En este momento siento que, como esposo, nunca termino de aprender. Quiero ser mejor, amarla más, conocerla mejor, sorprenderla más, esforzarme más, porque quiero entregarle a ella y a mis hijos lo mejor. Si antes lo estaba haciendo, hoy en día quiero hacerlo al 200 %, quiero entregarle todo lo que es Miller Vergara como esposo incondicional para Luisa Fernanda Guzmán.
Fotos: Archivo Particular.