La envidia podemos catalogarla como un sentimiento que nos hace sentir rabia y tristeza, pues el anhelo de tener lo que otro tiene y yo no, nos frustra y hace que veamos a la otra persona como nuestro enemigo. En las mujeres, tristemente, ese sentimiento se manifiesta aún más.
Culturalmente nos han enseñado que el que más tiene materialmente o el que tiene mayores logros académicos o profesionales, es superior al otro. En las mujeres a esto se le suman los aspectos físicos y sentimentales: la que tiene el cabello más largo, las piernas más esbeltas o la relación amorosa perfecta es el modelo a seguir y de la que podemos llegar a sentir el deseo de tener lo mismo; pero todo esto también pasa gracias al estereotipo que nos han vendido de lo que debemos tener y de cómo debemos ser, que solo nos lleva a cultivar la envidia.
Esto no quiere decir que las mujeres sintamos más envidia que los hombres, pero en nosotras sí se hace más notoria, y pasa porque nos han puesto a competir con los hombres para demostrar que podemos ser mejores y entre nosotras mismas porque sentimos miedo de perder el afecto de una pareja, el trabajo, amistades, entre otras cosas. De una u otra manera la envidia nos lleva a sentir celos y orgullo que nos hacen entrar en rencillas, discusiones y nos lleva a perder eso que tanto tememos, pero por nuestra propia culpa.
La envidia nos hace sentir inseguras y nos lleva a una constate búsqueda de “perfección” sin importar a quién nos llevemos por delante, o a quién hiramos. Tratamos de superar esa inseguridad haciendo que alguien más la sienta, entramos en un círculo vicioso de degradar a las demás con comentarios sutiles que sabemos que las van a lastimar para llenar nuestro ego y alimentar nuestro orgullo.
Generalmente a las mujeres que están más cerca de nosotras son a las que más herimos: madres, hermanas, amigas y compañeras, haciendo comentarios de su físico, de su forma de vestir, de su pareja, de sus hijos, de su trabajo… la lista podría continuar porque la verdad es que todo lo criticamos o para todo tenemos una crítica que camuflamos en “comentario constructivo” o “consejo” que no nos han pedido y que no damos con buena intención.
Como miembro de una familia he visto cómo se rompen relaciones entre hermanas, primas y tías por una competencia de quién tiene más diplomas enmarcados en la sala de su casa, o qué matrimonio ha sido el ejemplar, como amiga he visto cómo se pierden años de amistad porque una logró conseguir un empleo mejor, un novio más guapo, una casa en un sitio más agradable o porque los hijos de la otra fueron a una mejor universidad que los de la otra.
Pero ¿en dónde queda lo que Dios dice que alégrate con el que está alegre? ¿Por qué no podemos ver felices a las demás sin tratar de opacar esa alegría y siempre buscarle un pero a la situación? Muchas veces nos jactamos de vivir una vida perfecta porque Dios nos ha bendecido mucho y sentimos orgullo de eso, nos pasamos la vida alardeando, logrando que alguien pueda sentir envidia y acá lamento decir que no, la envidia no es mejor despertarla que sentirla porque despertarla solo ocasiona resentimiento en el corazón de los demás, seamos conscientes de que el ser orgullosas nos conduce a la envidia.
Eso de echarnos tierrita entre nosotras mismas se ha vuelto tan común que últimamente se han sacado campañas a nivel mundial como women’s support women’s que invita a las mujeres a ser un apoyo entre ellas mismas, a levantar los brazos de la otra cuando sepamos que lo necesita, y no hacer lo de “al caído caerle”. Como mujeres que dicen amar a Dios debemos ser aún más consientes a de esto, en todo tiempo amar al amigo y reflejar el verdadero a mejor a los demás porque el amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. 1 Corintios 13:4b.
La envidia es como una gotera molesta que está permanentemente en nuestras vidas, nos va perforando poco a poco haciendo que seamos infelices, que vivamos, tristes, amargadas, inconformes, y totalmente desagradecidas con lo que Dios nos ha dado. La envidia ocasiona que reneguemos de Dios y hasta lo tildemos de injusto porque le dio más al otro que a mí, porque el otro es malo y yo soy buena pero él recibió más que yo, envidiamos cosas de la vida de otros que sabemos que a Dios no le agradan.
No ser envidiosa es un proceso que nos cuesta, no es fácil, pero nos lleva a ser agradecidas. Veamos a las demás mujeres como aliadas para hacer cosas nuevas, para hacer equipo y lograr nuevas metas, pues a veces en el afán de sobresalir ante las demás no nos deja ver el potencial que podríamos tener si unimos todos los dones y talentos que cada una tiene. Levantémonos apoyémonos, seamos los brazos extendidos de Dios en la tierra para otra mujer que lo necesite. Y si eres tú quien necesita ayuda, apóyate en las mujeres que tienes alrededor, deja el orgullo de lado, sé feliz y agradecida.
Por: Geraldine Avila Cifuentes – Twitter: @geralavila9
Foto: Christiann Koepke – Unsplash