¡Estoy vivo, Dios me salvó!

por Revista Hechos&Crónicas

Carlos Andrés Muñoz tiene una historia de vida bastante impresionante. Comenzó como vigilante y mensajero de la iglesia de Armenia hace más de 22 años. “Hoy sigo siendo vigilante y mensajero, pero de una manera distinta, lo soy del Evangelio de Dios”.

Después de un tiempo pasó a ser administrador por 10 años y hace 12 es el pastor principal de la iglesia Casa Sobre la Roca en la ciudad de Santa Marta. Hace seis meses atravesó por una dura situación de salud y pudo contar con el favor de Dios para poder decir ante su iglesia y ante el mundo: “¡Estoy vivo, Dios me salvó!

Cuando entendemos que Jesús está vivo empezamos a vivir de la manera que a Él le agrada. Muy pocos creyentes entienden lo que significa la resurrección de Cristo, cuando nunca han experimentado la cercanía de la muerte. De manera personal tengo por qué decirlo.

No es que le esté deseando que le pase algo malo, pero solo cuando usted ve la muerte al lado entiende lo que significa la resurrección. Jesús resucitó para darnos vida y vida en abundancia. No es que yo esté despreciando el tema de la muerte porque como lo dice el apóstol Pablo en el libro de Filipenses: …para mí vivir es Cristo el morir es ganancia, ahora bien si seguir viviendo es este mundo representa para mí un trabajo fructífero qué escogeré, no lo sé, me siento presionado por dos posibilidades, deseo partir y estar con Cristo que es muchísimo mejor pero por el bien de ustedes es preferible que yo permanezca en este mundo.

“La vida es un premio que Dios otorga a sus hijos amados y es nuestro deber disfrutarla al máximo”. No hay razón para vivir amargado, además, tenemos dos vidas para disfrutar: la física y la eterna.

Mi propio milagro

Hoy quiero contarles el milagro que Dios hizo en mí: reglarme una vez más la oportunidad de vivir. El título está enfocado en lo que Cristo hizo por nosotros: resucitó, está vivo, por eso tenemos significado en nuestras vidas; pero ese título fue la frase que yo repetí una y mil veces cuando estaba en la unidad de cuidados intensivos: “Estoy vivo, Dios me salvó”.

En la mañana que hicieron la intervención leí un texto bíblico, Hebreos 5:7: En los días de su vida mortal Jesús ofreció  oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte y fue escuchado por su reverente sumisión. Yo entré con esa promesa al quirófano sin miedo de morir, porque lo primero que me dijeron cuando me descubrieron que estaba que me moría fue: ¿usted porque no se ha muerto? ¡Já! ¿yo qué voy a saber, acaso tengo la culpa?

Todo comenzó el 1° de abril. Ese día me sentí maluco, un poco incómodo. Esperé un par de días pero la maluquera no se me quitaba, así que decidí ir al médico el jueves 4 de Abril. Él me hizo unos exámenes y me recetó otras cosas; me recomendó que hiciera una prueba de esfuerzo. Ese médico, el doctor José David Flórez Jánica, es un ángel que Dios puso en mi vida porque Dios sabe que a mí no me gusta ir donde los médicos. Yo fui educado de una manera en que si me cortaba el dedo, la respuesta era “échele café, envuélvalo en un trapo y hágale mijo vaya pa’l colegio”. Mi papá no me sometió al miedo ni a la pendejada, y eso puede ser grave en este momento, porque yo me estaba muriendo sin pararle bolas. Yo por ejemplo vengo a la iglesia a predicar enfermo, cansado, como sea, porque yo aprendí que eso no tiene que limitarnos. Y como Dios sabía cómo era mi pensamiento dijo: “hay que mandarle un angelito porque este man se queda con este dolor de aquí hasta diciembre”.

Esa noche me da un malestar en el corazón muy fuerte y mientras mi esposa Solmar me llevaba en el carro para la clínica, yo iba haciendo el testamento en mi cabeza, fijándome a quién le dejaba el iPad, los tenis o el televisor. Antes de llegar a la clínica yo eructé y se me quitó el dolor. ¡Era un gas! Yo tan pendejo asustado por un berraco gas.

De todas maneras me meten a la clínica,  me hacen el electrocardiograma, me hacen un examen de enzimas cardiacas y salió negativo, entonces sí, era el gas.

Ese fin de semana comenzamos el ayuno de los tres días: viernes, sábado y domingo. Me sentía mal, pero llegué el domingo al culto a la misma hora, porque yo no puedo faltar, para mí primero es Dios. Llegué a la oficina me acosté y el Señor me manda un ángel: Edgar Ruíz, ¡Qué berraco para orar! Oró por mí en los intermedios de todos los servicios: me despertaron a las 9:30 para ir a predicar, prediqué y volví a acostarme, después a las 11:30 y a la 1:30 y mientras eso, Edgar seguía orando por las uñas, por los piojos, por el calvo, por la nariz que no crezca más, ¡oró por todo! Estoy seguro que Dios escuchó la oración de este hombre durante tantas horas cuando yo estaba acostado en la oficina. Cerramos el ayuno, oramos por todos, alabamos, danzamos, etc. y yo muriéndome. Aunque no lo sabíamos.

El doctor José David hizo todos los arreglos para que ese lunes fuera donde el cardiólogo, por eso digo que es un ángel de Dios, porque sí él no coordina todo, ¿quién sabe dónde estaría? El lunes me atiende el cardiólogo y me dice: “no se preocupe, puede ser un dolor no anginoso” y yo ¡bueeeeno! Imagínenseme dice a mí que no me preocupe cuando no estaba preocupado, pues más me relajé. El problema era que me cansaba mucho, me sentía fatigado al ponerme la ropa, al caminar dos pasos, pero como me dijeron que no me preocupara, pues seguía relajado. El miércoles 10 me hacen la prueba de esfuerzo, y el doctor al ver mi cuerpo atlético (soy deportista), me dice: “tranquilo, seguramente es estrés”. Y yo: “noooo, ¿cuál estrés? Si la gente de la iglesia es tan linda, no peca, todo el mundo ora, todo el mundo diezma ¿cuál estrés? Además, ¿quién se puede estresar en Santa Marta? ¡Nadie! Mar, montaña, nevado, tenemos hasta brujos en la Sierra, lo tenemos todo.

Comenzaron la prueba y el doctor pensó que sería algo breve porque soy un atleta de alto rendimiento, pero al minuto 36 empecé a quejarme de dolor. El doctor pensó que habíamos empezado muy rápido pero al ver la máquina se dio cuenta que algo no estaba normal. Me dijo: “no, no hagamos nada. Acá hay  algo raro”. Y entonces se puso serio y me dijo: “el viaje para Bogotá es mejor que lo aplace”. Era el viaje al campamento de tMt y fue lo primero que le pregunté al entrar, si podía viajar e inicialmente me había dicho que sí, pero luego se me tiró el parche.

El médico me manda a hacer un cateterismo que porque estaba grave, pero que no lo hiciera particular, pues ya llevaba gastados 800 mil pesos. Me dijo que pidiera una cita con el médico general pues al mostrarle la prueba de esfuerzo me mandaría al cardiólogo y me sometería al cateterismo. Así fue, pedí la cita y me la dieron para el 17, una semana después… y yo, ¡relajado!

Pero aparece el doctor Flórez Jánica, le comento la fecha de la cita y me dijo: “no, usted no puede esperar tanto, déjeme ya hago una llamadita” y me consiguió en Barranquilla ese mismo viernes 12 de abril una cita con un hemodinamista para que yo fuera a hacerme el cateterismo.

“No se preocupe que yo hablo con él para que le haga una rebajita”. Me imaginé que me costaría unos 200 mil pesos, así que no me preocupé, pero al llamar me dijeron: “no se preocupe eso puede ser un falso positivo. Tráigase un $1´600.000”. Ahí se me quitó el dolor. Cualquiera se alivia, ¿no?

Me tomé unas pastas que me había recomendado el doctor para el procedimiento y me fui como si fuera a la peluquería. No llevaba nada, me fui con lo que tenía puesto y mi esposa Solmar que me acompañaba.

Llegamos a Barranquilla tempranísimo, el doctor nos atiende, apenas me ve el doctor me dijo: “tranquilo Carlos Andrés, eso puede ser un falso positivo por el estrés, tal vez tiene la sangre muy gruesa y un poco de colesterol pero fresco”. ¡Claro! Cuando usted ve a una persona que no fuma, no bebe, no parrandea, buena alimentación, deportista, ¿qué más piensa?

Me alistaron rápidamente y me hicieron el cateterismo por la muñeca, por la radial. El médico estaba a la distancia de mi muñeca o sea que yo lo podía ver, estaba haciendo su protocolo para el examen. Comenzó a hablarme como para distraerme, me preguntó por el papá, la mamá, qué dónde nací, cuántos años tenía, etc. Me preguntó por las fincas y ahí me alboroté a hablar. De pronto veo cómo el doctor estira la trompa y no me volvió a hablar. Sentí que se “calentó la cosa”. Llamó a su asistente que se llamaba María Marta (apenas, Dios hablando), le explicó un montón de cosas que no entiendo y luego se dirige a mí: “hermano usted está grave. Hay dos opciones: número uno yo le hago una angioplastia, le coloco un estén aquí en la circunfleja, es un procedimiento que dura de veinte minutos a una hora es con anestesia local y tiene usted una posibilidad de mortandad del 26%. La otra opción es hacerle una operación a corazón abierto, le coloco un bay-past acá no sé qué y hay una posibilidad del 33% de que usted se muera, pero tranquilo”. Y yo: “aaaaah bueno, tranquilo. ¡Hijuemadre, estoy grave!”. Pero en mi iglesia pueden estar seguros de tener un pastor que cree en Dios. No me angustié, estaba relajado, decía: si me muero, me tocaba.

El doctor sale y le dice a Solmar: “no entiendo por qué su esposo está vivo”. Yo traté de animarla, y el doctor nos dijo que si queríamos, me hacía el procedimiento de una vez… vale 16 millones. Salgo, llamo a mis autoridades en Bogotá, y me dijeron que la prioridad era mi salud, mi vida, que dispusiera del dinero.

A la hora salió María Marta y me dijo que no pagara el dinero, que lo hiciera por medio de la EPS. ¿Y si me muero? “No, no se ha muerto en nueve días, ya no se va a morir de aquí a mañana”, respondió ella. “Venga por urgencias, muestre el cateterismo y eso es como si se apareciera Dios”. ¡Y claro, a una mujer que se llame María Marta uno le hace caso!

Así lo hice, me ingresaron rápidamente, pero resulta que la máquina con la que me harían el procedimiento no prendió. ¡Tuve que irme a otra clínica!

Llegamos a otra clínica, que no parece una clínica sino un hotel. La enfermera que me recibió y vio el cateterismo me miraba, me tocaba, y seguro pensaba que estaba en The Walking Dead, o sea el zombi. Me metieron de una vez en sala de reanimación. Vinieron dos médicos, me pusieron oxígeno, me revisaron las pulsaciones, la tensión, etc. y todo se veía bien. ¿Sabe qué estaba pasando? el poder de Dios estaba obrando en  mi vida, porque lo que yo tenía era que me estaba muriendo: la arteria circunfleja tapada 100%, la arteria transversal tapada 98%, casi completamente y yo hacía ejercicio, comía, desayunaba, brincaba, jugaba, molestaba y cincuenta mil cosas más ¡y seguía vivo!

Pasaron nueve días desde cuando a mí me comienza el episodio, nueve días donde el poder de Dios me sostuvo, por eso puedo decir: “Estoy vivo, DIOS me salvó”.

La cirugía

Cuando iba a ingresar a cirugía, vino el anestesiólogo a saludarme. Un hombre muy decente que me cayó muy bien. Me dijo que no me preocupara, que la anestesia no sería general sino que me iba a poner un calmante para que me sintiera bien. ¡Imagínese! A mí no me pueden decir que no me preocupe porque me relajo del todo.

El doctor salió a hablar con mi esposa Solmar y le dijo que no me iba a destapar la arteria circunfleja porque estaba tapada al 100%. ¿Cómo así, doctor? ¿Cómo va a vivir con una arteria tapada? Pues de la misma manera que ha vivido con las dos tapadas y ahí está, no se ha muerto.

Cuando comenzó el procedimiento, el efecto calmante se me pasó porque era una intervención corta, pero comencé a orar, orar y orar y sentí esa paz que sobrepasa todo entendimiento y podía ver a Dios obrar en ese lugar. Estaba relajado, miraba al anestesiólogo, y a los médicos haciendo su trabajo y los admiré ¡son unos duros! ¿Sabe cómo se llamaba el doctor que me operó? Selim Malcum Paz. Una vez más, Dios hablando.

Al terminar la cirugía el doctor me dice: “fue exitosa, le pude destapar la circunfleja y le colocamos tres stent”. Y yo no pude hacer nada más que agradecer a Dios, pues Su poder no tiene límite.

El pastor Muñoz está casado hace 22 años con Solmar Toro Mantilla, su ayuda idónea y apoyo incondicional, quien además dirige la alabanza de la iglesia. Son padres de dos hermosas hijas: Isabel, de 14 años y Manuela de 10.

Lecciones aprendidas

He sido crucificado con Cristo y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí y lo que ahora vivo en el cuerpo lo vivo por la fe en el hijo de Dios quien me amó y dio su vida por mí. Gálatas 2:20.

De esta experiencia, de pasar de la muerte a la vida me quedaron algunas enseñanzas que quiero compartir para que cada uno pueda aprenderlas por mi experiencia y no tenga que vivirlas en carne propia. Jesús murió en la cruz por toda la humanidad para salvarnos, para perdonarnos y para mostrarnos su misericordia por toda la eternidad.

¿Cuáles fueron estos aprendizajes?

  1. Misericordia

Sean compasivos así como su Padre es compasivo. Lucas 6:36.

Dios quiere enseñarnos la dependencia total de Él. No hay ninguna característica que describa mejor el carácter de Dios que la misericordia, es el primer rasgo que Dios saca a la luz.

Durante ese proceso uno aprende que todo lo que pasa en la vida y todo lo que estamos disfrutando hoy se debe a la misericordia de Dios. La resurrección de Jesús es un acto de misericordia. El hecho de que usted no haya sido consumido anoche por un rayo o un infarto fulminante después de haber pecado con ganas y haber metido las patas hasta el fémur se debe a que Dios es misericordioso con usted. Por eso usted debe estar motivado a mostrar misericordia a otras personas. Si tenemos un padre misericordioso, ¿por qué no mostrar lo mismo a los demás?

Muchos hemos sido una porquería de persona y tal vez no hemos cambiado nada de lo que prometimos a principio de año, pero aun así estamos aquí y la Biblia dice que ser misericordioso es ser bienaventurado.

  1. Perdón

Pedro se acercó a Jesús y le preguntó Señor ¿Cuántas veces tengo que perdonar a mí hermano que peca contra mí, hasta siete? No te digo que hasta siete veces sino hasta setenta y siete veces. Mateo 18:21. ¿Saben por qué Pedro le dice semejante cosa? Porque en la ley judía está establecido que usted tiene que perdonar tres veces a la misma persona, después de que los tres perdones se den, usted está absuelto de perdonarlo. Pedro que se creía cumplidor de la ley, así que dobló el número y le puso uno de más para que se viera más elegante. ¿Hasta siete? Jesús le dice: no, hasta setenta veces siete, que significa el número perfecto que en pocas palabras significa siempre. Esta es la ley de Dios, no la ley judía.

Aprendí que el perdón es lo que debo que dar a las personas, porque yo recibí perdón primero. Además, la falta de perdón es una maldición. Si usted está herido contra alguien, eso es una maldición. Perdone porque Dios nos perdonó primero. Muchos no viven más felices porque no han podido perdonar, porque su corazón está atado y magullado de amargura. A muchos literalmente Dios les ha dado una segunda oportunidad de vida, pero sus vidas siguen igual de inmundas.

Yo necesito el perdón porque yo no voy a dejar de pecar. No porque sea un pecador consumado. No, soy un santo que ocasionalmente peca y por alguna razón voy a volver a embarrarla aunque no quiera y necesito el perdón de Dios. Y así lo necesitan sus semejantes de usted. No dejemos de perdonar.

Todo esto lo aprendí porque Dios habla de maneras bacanísimas. ¿Cómo se llamaba el hombre que el Señor sacó de la tumba? Lázaro ¿Y cómo se llamaban sus hermanas? María y Marta. ¿Cómo se llamaba la enfermera que me atendió? María Marta. ¿Cuál era el apellido del doctor que me operó? Paz. Es una manera en que Dios me muestra que está obrando de una manera poderosa, diciéndome: “Carlos Andrés, te perdono. Vuelve a vivir”.

Eso mismo le dice Dios a usted el día de hoy. Ese mismo perdón que yo obtuve, lo tiene usted sin necesidad de pasar por ninguna cosa difícil. Simplemente está en sus manos, acéptelo. ¿Qué está esperando para recibir ese perdón y volver a vivir?

Fotos: Archivo particular.

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