Quiero ser mamá

por Revista Hechos&Crónicas

Dos franjas de coloración rojiza en una prueba de embarazo cambian la vida de una mujer. Para muchas supone una gran sorpresa, a veces recibida con regocijo y otras con temor, lo que conduce a tomar grandes decisiones que precisan mucho sentido común.

Pero, también hay un sinnúmero de mujeres que sufre en silencio, y cada test que arroja un resultado negativo es un puñal en el corazón. Conozco bien lo desalentador que resulta enfrentarse mes tras mes a estos negativos. A mediados del año 2016, mi esposo y yo decidimos formar una familia en toda regla. La idea se había instalado en mi mente y en mi corazón como una dulce intrusa que no me permitía pensar en nada más. Quería un hijo.

Durante poco más de seis meses, tras pocos días de falta de la “visitante mensual”, corría a la farmacia o droguería en busca de una prueba casera, cuya única franja de color  rojo me hacía romper en llanto. Mi esposo me brindaba ternura y apoyo, al tiempo que trataba de hacerme entender con su ecuanimidad que aquel debía ser un proceso natural, algo que mi obstinado empecinamiento no me permitía asimilar.

Acepto muy apenada que fue bastante lo que cuestioné al Señor acerca de por qué no se me concedía aquello. No pedía mucho, ¿o sí? Y cuando en la madrugada del 24 de enero de 2017 por fin obtuve mi positivo, no cabía en mí de gozo. Recuerdo que por un momento me quedé muy quieta, sentada en un pequeño banco del baño de mi casa, tratando de entender las dimensiones de ese par de franjas rojas.

No me importó que fueran las tres de la mañana. En cuanto mi esposo supo la gran noticia, presa de la felicidad, llamé a mis afectos más allegados. Era una vorágine de felicidad que no podía contener, un momento de brillante alegría que sabía que quedaría grabado en mí para siempre y que traía consigo la promesa de un futuro hermoso.

Tal era nuestra dicha que, en cuanto salió el sol, avisamos a nuestros respectivos jefes, vía mensaje de texto, que no podríamos asistir esa mañana a nuestros puestos de trabajo. Mi esposo me llevó a consulta médica, donde la doctora, además de confirmar mi incipiente embarazo, se quedó estupefacta y compuso una expresión divertida cuando le manifesté que había tardado seis largos meses en concebir.

“Yo soy ginecólogo-obstetra y demoré ocho meses en quedar embarazada. Eso no es soplar y hacer botellas”. Ya más calmada, me quedé pensando en aquella afirmación y tuve que admitir que mi ansiedad había sido desproporcionada y mi actitud para con Dios, incluso ofensiva. Apenada, le pedí perdón al Señor y agradecí la bendición de convertirme en madre.

Sin embargo, también reflexioné en lo que supone el tiempo para muchas mujeres. Yo había creído que seis meses habían sido una larga espera para algo que debía ser rápido y natural. Había reducido la fecundación a una mera función biológica en la que óvulo y espermatozoide se encuentran, olvidándome que es mucho más que eso. Como cristiana, tendría que haber recordado que todos esos engranajes de la gran maquinaria perfecta que es el cuerpo humano, esas diminutas células que permiten la formación de una nueva vida, no cumplen su propósito si no es voluntad de Dios, si esa fusión adenética no forma parte del plan divino ¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre; y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones. Mateo 10:29.

Concebir a mi precioso bebé, que en septiembre ya cumple un año de edad, es la mayor bendición que he recibido y lo agradezco al Señor profundamente. No obstante, aunque yo fui honrada por Dios, como muchas otras mujeres, con la posibilidad de conocer las mieles de la maternidad, otras tantas tienen grandes problemas para lograr un resultado positivo.

La infertilidad es una triste realidad en nuestro país y en el mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la infertilidad como una enfermedad del sistema reproductivo derivada de la incapacidad de lograr un embarazo clínico, después de 12 meses o más de relaciones sexuales no protegidas.

La incidencia, de acuerdo con cifras publicadas por el portal en la web del Centro de Especialidades Ginecológicas y Obstétricas, es de aproximadamente un 10% de las parejas en edad reproductiva, lo que equivale a decir que, aproximadamente, 80 millones de mujeres en el mundo, o 13.840.000 mujeres en América Latina, tienen dificultad para lograr un embarazo.

Un artículo publicado por la revista Cromos en enero de 2017 indica que “aunque actualmente la gente habla más sobre sexualidad, la realidad es que las personas tienen más horas de trabajo, llegan más cansados a sus casas, tienen niveles de estrés más altos, disponen de menos tiempo, se cansan más y tienen menos relaciones sexuales que antes”, dijo para el medio el doctor Eduardo Castro, Ginecoobstetra Especialista en fertilidad de Reprotec.

Pero, en nuestro país, la obesidad también es un factor importante en los problemas de infertilidad. “Por otro lado, el cigarrillo es un enemigo de las parejas que desean tener un bebé porque disminuye la calidad y la cantidad de óvulos, los niveles de estrógenos, la función de las trompas uterinas y aumenta las complicaciones durante el embarazo, entre otras consecuencias”.

Otros motivos incluyen también condiciones de salud tales como los ovarios poliquísticos, síndrome que afecta a mujeres entre los 20 y los 30 años de edad, y que se caracteriza por un desequilibrio en las hormonas sexuales femeninas, lo que provoca cambios en el ciclo menstrual, explica la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos.

En Colombia hay alternativas para aquellas mujeres que desean ser madres. El Centro Colombiano de Fertilidad y Esterilidad (CECOLFES) es uno de los que promueven y contribuyen a hacer realidad el sueño de muchas parejas, a través de tratamientos de reproducción asistida.

Además, también está muy en boga la donación de óvulos, una técnica que ha desarrollado la ciencia y que ayuda a combatir la infertilidad en mujeres que tienen pocas posibilidades o ninguna, de acuerdo con diagnóstico médico, de lograr un embarazo con sus propios óvulos.

Asimismo, el Instituto de Bienestar Familiar, según el artículo 61 de la Ley 1098 de 2006, promueve la adopción, que “es principalmente y por excelencia una medida de protección a través de la cual, bajo la suprema vigilancia del Estado, se establece, de manera irrevocable, la relación paterna filial entre personas que no la tienen por naturaleza”. La adopción es, por lo tanto, una gran y noble alternativa que usted puede considerar y que brindaría amor a un niño que lo necesita.

Si usted está deseando concebir o tiene problemas de salud que le impiden lograr un embarazo clínico, además de educarse en salud reproductiva y consultar a tiempo con especialistas en fertilidad, debe ponerse en manos de Dios, el médico por excelencia. Y es que lo que a usted le parece imposible, para nuestro Señor no lo es.

En su vejez, Dios bendijo a Sara, esposa de Abraham, con el don de la maternidad. Y Sara concibió y dio a luz un hijo a Abraham en su vejez, en el tiempo señalado que Dios le había dicho, dice Génesis 21:2. No olvide que el Padre tiene un plan para su vida; Él no juega al azar.

Confíe plenamente en que nuestro Señor derramará bendiciones sobre usted en el tiempo señalado. Basta con tener fe. Muy probablemente, cuando llegue su momento, ese sueño hecho realidad será más hermoso de lo que usted habría podido imaginar.

Por: Verushcka Herrera R – @vhequeijo.

Foto: 123RF

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