El tesoro del matrimonio

por Revista Hechos&Crónicas

En esta palabra, Jesús nos asegura que nuestras vidas tendrán momentos de felicidad, pero también de aflicción, de manera inevitable y aun siendo creyentes. Así también es el matrimonio.

Hace unos meses publicamos el artículo “Hemos romantizado el matrimonio” en el que tratamos el problema de convertir la relación conyugal en una relación idílica libre de problemas y conflictos, esperando que nuestra pareja, por ser creyente, se dedique a lavar nuestros pies, conceder nuestros deseos y hacernos felices. Esperamos tener un cónyuge perfecto, escudándonos en que conoce la Palabra de Dios. Romantizar el matrimonio de esta manera puede traernos frustración, amargura y resentimiento, pues como sabemos, ningún ser humano es perfecto.

Esto tiende a empeorar cuando nuestro cónyuge no conoce ni ha entablado una relación personal con Cristo, caso en el cual no tenemos tan elevadas expectativas, pues somos conscientes de que nuestra pareja no comparte nuestras prioridades, sistema de valores y estilo de vida cristiano, lo cual explica los eventuales problemas e incomprensiones mutuas en la comunicación, como si habláramos idiomas diferentes. Y es que eso es justamente el yugo desigual, es como ser habitantes de mundos diferentes.

Por eso es tan grande la alegría que sentimos cuando nuestra pareja, después de un tiempo de compartirle la Palabra de Dios, de invitarla, de orar e incluso ayunar por su conversión, decide aceptar a Jesús en su corazón y comienza a integrarse con la vida cristiana. Más que con una iglesia, con un estilo de vida basado en la Palabra de Dios.

Sin embargo, podemos caer nuevamente en el error de idealizar el matrimonio, creyendo que, porque nuestro cónyuge es ahora una nueva criatura, ha conseguido ya la perfección. Y, por supuesto, cuando vemos que nuestra pareja sigue teniendo defectos, nuestra fe tiende a decaer.

Es importante aclarar que ser salvo no significa ser perfecto y que la madurez espiritual es un proceso que lleva tiempo, aunque claramente el largo de este proceso dependa de la disposición de nuestro corazón. Finalmente, ningún cristiano obedece completamente la Palabra de Dios, pues, aunque ya no somos practicantes habituales del pecado, seguimos pecando eventualmente.

Así que debemos ser pacientes con nuestras parejas y orar para que Dios los disponga para hacer lo correcto y amarlos sin condiciones. Aunque Dios pule nuestro carácter, jamás lo hace mágicamente, siempre nos lleva por un proceso que edifica nuestros corazones y nos hace crecer espiritualmente.

Es por eso que debemos perseverar en la oración por nuestro cónyuge a la vez que trabajamos con Dios en los defectos propios de nuestro carácter. El matrimonio está llamado a ser una gran bendición, pero no lo será en un solo día. Requiere misericordia de cada uno con el otro. Requiere esfuerzo constante y consciente de parte de ambos esposos.

Justamente por esa falta de esfuerzo y compromiso de uno o ambos cónyuges y por las expectativas irreales frente al matrimonio es que las cifras de divorcios van en aumento. De acuerdo con las estadísticas del Colegio Nacional de Notarios, solo en el primer trimestre de 2023 se separaron 2.133 parejas en Colombia; es decir, 28 cada día y una cada hora, en promedio. Se trata de cifras alarmantes.

Y es que precisamente las situaciones que vivimos en el matrimonio son las pruebas más grandes para nuestra fe. ¿Por qué? Porque el matrimonio es la relación más íntima que pueden tener dos seres humanos, es la única relación descrita en la Palabra de Dios que se compara a la que Jesús tiene con la iglesia.

Timothy Keller, autor de varios bestsellers, entre los que se cuenta el libro “El significado del matrimonio” lo describe de la siguiente manera: “Después de la relación que podemos tener con Dios la relación de pareja en el matrimonio es lo más profundo que humanamente puede experimentarse. Esa es la razón de que, igual que conocer a Dios, llegar a conocer y amar a nuestra pareja sea una tarea difícil, pero sumamente gratificante”.

El amor al prójimo comienza en casa con nuestra pareja, nuestro prójimo por excelencia, a quien debemos manifestar solidaridad y amor filial y fraternal, además, claro, del amor romántico; pasando tiempo juntos, compartiendo actividades, divirtiéndonos y disfrutando de la compañía mutua. Solo así podremos avanzar a niveles de relación más exigentes e íntimos y estaremos preparados para los momentos difíciles.

Debemos darle a nuestra pareja el lugar que le corresponde en el hogar independiente del hecho de que esté a la altura requerida o haga o no méritos para ello, sea o no creyente. La plena satisfacción y deleite de la pareja en el nivel más íntimo únicamente florece en un ambiente de cercanía, confianza y calidez en el que la sensibilidad y el perdón están a la orden del día.

Como lo dice 1 de Pedro 3:8: En fin, vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes. No podemos olvidar que, al final de cuentas, solo Dios puede tratar eficazmente con el pecado de nuestro cónyuge. Y aunque no todo depende de nosotros (Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. Romanos 12:18), nuestra responsabilidad al respecto se encuentra fundamentalmente en la oración intercesora a su favor confiando en que, en su momento, Dios lo guiará al arrepentimiento y al cambio. Mientras tanto, disfrutemos el tesoro que hemos recibido, nuestro cónyuge es un regalo del cielo que merece todo nuestro amor, amabilidad, calidez y consideración. Nuestro primer ministerio sin duda es nuestro hogar, pues promover un ambiente de amor, perdón e intimidad en nuestro matrimonio, no solo es una opción de vida, sino nuestra responsabilidad con nosotros mismos, con nuestros cónyuges y con Dios.

Por: María Isabel Jaramillo – isabel.jaramillo@revistahyc.com

Foto: Jonathan Borba – Unsplash (Foto usada bajo licencia Creative Commons)

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