Ser bueno en Navidad

por Revista Hechos&Crónicas

Cuando se acerca la Navidad, la gente parece embriagarse de una profunda alegría que rebosa por los poros. Todo es amor y felicidad. Todo lo perdonamos, todo lo esperamos, todo lo soportamos.

¿Y qué decir de los manjares que las reuniones, celebraciones y despedidas nos permiten degustar? Aparentemente durante la dulce Navidad, el exceso de calorías se vuelve válido. La felicidad por compartir el tiempo con personas que amamos sobre pasa cualquier otro deseo y nuestros pensamientos se llenan de ideas sobre jugar, compartir, reunirnos y dar y recibir regalos.

La alegría de la Navidad se convierte en una nube que nos envuelve y nos hace olvidar las tristezas y el llanto, pero también lo “malos” que hemos sido. Bueno, no digamos malos, digamos “difíciles”.

Durante todo el año, hemos caído en pecado. Y por favor, querido lector, no se escandalice con la palabra pecado, que para muchos significa solo robar, matar o adulterar. Cuando digo pecado me refiero a esas pequeñas cosas cotidianas que dejamos pasar, pero que a los ojos de Dios son igual de graves que los tres anteriores. ‘Pequeñeces’ como mentir, chismear, comportarse con orgullo o rudeza, etc. Cuando llega la Navidad, es como si nos inyectaran una alta dosis de bondad y nos esmeramos por ser mejores.

Y claro, no está mal. Ese sentimiento que invita hasta al alma del más cascarrabias a mostrar bondad fraternal en la época navideña, proviene de Dios. El problema es cuando se queda en Navidad y no se ve en el resto del año… o en los domingos cuando salimos de la iglesia pero no en el resto de la semana.

Sanar para dar

La Navidad encierra, entre otras cosas, transformación. Transformación del corazón y preparación para un nuevo año, pero también una necesidad de hacer una tregua con los demás seres humanos, con uno mismo y reconciliarse.

Si se tienen las manos llenas, no están disponibles para recibir nada. Igual pasa con el corazón. Cuando nuestro corazón está herido, no podremos dar ni recibir amor. La Navidad es la época perfecta para sanar las heridas del pasado y del presente. De perdonar, pedir perdón y reconciliarnos con nuestros seres queridos o no tan queridos. Pero también debe ser la época de reconciliarnos con Dios, de restaurar nuestra relación con Él y pedirle perdón por lo difíciles que hemos sido, no en busca del regalo como los niños, sino en busca de una intimidad con Él que nos dure todo el año y se renuevecada Navidad.

La Navidad es época de amor

Por más que sabemos que Jesús no nació en diciembre, la Navidad es la época en la que celebramos Su nacimiento. Es como un cumpleaños en el que muchas veces, por lo comercial de la festividad, olvidamos agasajar al cumpleañero. Esto no puede ser así. Por más que disfrutemos todos los planes navideños, el centro de nuestra celebración debe ser el amor… ese amor incalculable que no tiene fin: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3:16.

Ser bueno significa transmitir ese amor, esa certeza de vida eterna y compartir a otros la felicidad que nos embarga. Se trata de aprovechar la oportunidad para cumplir la gran comisión, precisamente porque los corazones están suaves y prestos a escuchar, así que es una ocasión especial para llevar a otros el amor de Dios que se respira en el ambiente, no con biblazos, sino con lazos de amor, con respeto, con aceptación, con servicio a los demás, siguiendo el ejemplo de Jesús. A veces, son los actos pequeños y sencillos los que tienen un mayor impacto.

Nuestra manera de tratar a otros, de no juzgarlos, nuestra respuesta amable es la mejor forma de demostrar que nuestro Dios es un Dios de amor. Además, el amor nos hace esperar menos para nosotros y más para los demás…o si no, ¿cómo se explica que ya no nos importen los regalos que nos den, sino la cara de nuestros hijos/nietos/ sobrinos cuando destapen los suyos?

Al celebrar en esta época el nacimiento de Jesucristo, celebremos también todo lo que simboliza Su nacimiento, en particular el amor. No dejemos por fuera la humildad, generosidad, la luz de Cristo, ternura y compasión que nos enseñó con Su nacimiento y seamos intencionales en cada cosa que festejemos.

Que podamos abrir la puerta de nuestro corazón y tender la mano a los que viven en soledad, en el olvido o que son pobres de espíritu. Al contemplar el ejemplo y el sacrificio infinito del Salvador, consideremos la forma en que podamos ser más semejantes a Cristo en nuestra relación con familiares y amigos, no sólo en esta época, sino durante todo el año.

Si usted no ha sido bueno ni amable en todo el año, acójase al borrón y cuenta nueva que hacemos en diciembre para que la siguiente Navidad no lo coja en las mismas. Y por borrón y cuenta nueva me refiero a arrepentirse delante de Dios y no volver a pecar. A convertirse desde hoy en un agente de Su amor y no del odio de este mundo.

No celebre una Navidad comercial y sin sentido. Prepare su corazón como debe ser para esta festividad y para la llegada de Jesús, que prometió regresar por nosotros y que el 25 de diciembre usted se despierte con la convicción de que este sentimiento y este corazón blando y de carne permanecerán cuando los adornos se guarden.

Foto: Freepik

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