La muerte lo persigue…pero ¡él sigue vivo!

por Editor

Juan Manuel Montañez Zuluaga es el director del grupo de alabanza de Casa Sobre la Roca Sabana Norte y relató a Hechos&Crónicas su impactante historia de vida.

Un testimonio que nos dejará sin palabras, que  nos confrontará hasta lo más profundo y reavivará nuestra fe en Dios. Muchas veces nos quejamos de pequeñeces y no nos damos cuenta que otros nos dejan con la boca cerrada.

Soy Juan Manuel, tengo 40 años, y desde que nací he visto la presencia de Dios en mi vida de manera sobrenatural. A los seis meses, tuve una hemorragia cerebral; a mis papás les dijeron que fueran a buscar el ataúd porque estaba muriendo. En ese momento se asomó un médico a la habitación y dijo: “a ese niño pónganle sangre”. Me la pusieron y reviví. Después de esto, mis padres buscaron al médico… nadie supo de él. Parece que fue un ángel que el Señor envió.

En unos exámenes descubrieron que tenía Hemofilia A severa, enfermedad hereditaria  que no permite la coagulación de la sangre (una persona normal coagula entre 70% y 80%, yo coagulo 0.32%) y cualquier cortada o golpe por simple que sea, produce una hemorragia interna o externa. Es necesario aplicar un medicamento que se llama factor VIII para no desangrarse. A veces, ocurren hemorragias espontáneas sin ningún trauma específico en articulaciones, tejidos blandos, órganos vitales y debo ser muy cuidadoso.

En mi infancia, como no existía el medicamento actual, me aplicaban otros derivados de la sangre como el plasma y crioprecipitados sin hacer algún tipo de control a los donantes.

Otro milagro de Dios

He tenido dos septicemias (infección grave y generalizada de todo el organismo debido a la existencia de un foco infeccioso en el interior del cuerpo) en ambas me desahuciaron. La primera fue a los cinco años, y quedé con un herpes durante ocho meses; la otra, fue a los 12 años, me afectó los pulmones y terminó en neumonía infecciosa.  En esta ocasión, los médicos dijeron a mis papás que de esa noche no pasaba; pero una señora conocida de mi mamá fue a la clínica, oró por mí, recibí al Señor en mi corazón y al otro día estaba totalmente sano de los pulmones. Una vez más Dios se había glorificado en mi vida.

Con el apoyo incondicional de mis padres, mi niñez transcurrió en medio del colegio y los hospitales; afronté muchos episodios de dolor intenso, físico, emocional, hospitalizaciones, conflictos personales, preguntas sin respuesta, rechazos, auto-rechazo y otras cosas que iban aumentando el dolor en mi corazón a medida que crecía.

Lo que menos pensaba, ocurrió

A los 16 años, el médico me informó que por una trasfusión del medicamento que me aplicaban había sido contagiado con VIH-Sida. En ese momento pensé que debía seguir viviendo hasta cuando Dios quisiera, la expectativa de vida de los médicos era de cuatro a cinco años a partir del diagnóstico. En esos días, después de pelear mucho a solas con Dios, me encerré a llorar en mi cuarto y fue el momento en que Dios me acercó a Él a través de la música. Mi papá me había regalado un piano, empecé a tocar con lo poco que sabía y en ese momento tan difícil de mi vida Dios me regaló una canción basada en Isaías 41:9-10: Te tomé de los confines de la tierra, te llamé de los rincones más remotos, y te dije: “Tú eres mi siervo”. Yo te escogí; no te rechacé. Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa.

Empezamos una etapa muy difícil con mi familia: después del diagnóstico vino la presión de no poder decirle a nadie, pues hace 24 años la prevención y discriminación era toda. Pensar que tenía que vivir muy rápido porque me iba a morir, me hizo cometer muchos errores y excesos.

A pesar de tener estos estos dos diagnósticos encima, pensar y sentir que mi vida no valía nada y que Dios se había equivocado al darme la vida, empecé a estudiar música en la Universidad Javeriana de Bogotá con énfasis en ingeniería de sonido, producción y composición, aunque no tenía el nivel exigido ni la destreza. Dios movió sus fichas para entrar allí y prepararme para lo que Él tenía para mi vida.

Al iniciar el primer semestre se me bloqueó la rodilla izquierda, quedé impedido para caminar; estuve todo ese tiempo en muletas, sufría dolores intensos y la rodilla no servía. Dios nuevamente cuadró todo, y como sabemos que en Él no hay coincidencias, al finalizar ese semestre llegó por primera vez al país el doctor Adolfo Llinás; un reconocido médico ortopedista que venía a hacer reemplazos de rodilla solo a hemofílicos en el hospital San Ignacio de Bogotá, (al lado de mi universidad). El primer reemplazo de rodilla que hizo en Colombia fue el mío.

En cuarto semestre inicié el tratamiento para el VIH con medicamentos antirretrovirales, ¡era un coctel de pepas!, aproximadamente de 15 a 20 pastillas diarias que me producían náuseas, vómitos, mareos y mucho malestar.

Al final de la carrera entré en una crisis emocional muy fuerte por todo lo que tenía guardado durante años; preguntas sin respuestas, el manejo sin asesoría para mí y mi familia, el rechazo que enfrentaba, el tener que vivir pensando que en cualquier momento moriría… todo esto imposibilitaba el anhelo profundo de casarme y tener hijos con una mujer que me amara y me aceptara con todo. A solas con Dios le entregué todos mis sueños, y nuevamente Él a través de su Palabra me habló y me dio esperanza: ¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna. Salmo 73: 25-26.

Dios cumple sus promesas

Después de seis meses, Dios trajo a mi vida a Paola Cuéllar, la mujer que Él tenía preparada para continuar escribiendo esta historia. Hermosa, valiente, de una fe inimaginable y como se lo he dicho, salida del corazón de Dios. Cuando le conté mi vida y las enfermedades que tenía, su reacción fue como si le hubiera dicho: “tengo gripa”. Lo único que dijo fue: “Cristo ya fue a la cruz por eso, Él te sana”.

La noche que le pedí que nos casáramos, mi hermano y yo nos accidentamos luego de haber quedado metidos debajo de un alimentador de Transmilenio. Todo el motor quedo encima de mí, me astillé el fémur en seis partes y no me tocó la femoral; me partí la muñeca izquierda y tuve muchas heridas en cuello y cara. Nuevamente Dios tenía todo preparado. Llegaron los bomberos y la ambulancia en menos de cinco minutos; al hospital llegué sin signos vitales y hacía dos días se había muerto un hemofílico, justo había quedado la dosis exacta de factor VIII que yo necesitaba para no morir.

Nace una familia…

A pesar de los diversos obstáculos y desaciertos, Paola y yo llevamos 12 años de casados. A los ocho meses de matrimonio, Paola quedó embarazada de nuestra primera hija María Paula, quien nació medicamente sana; ocho meses después, Paola volvió a quedar en embarazo de trillizos, perdimos uno, pero nacieron Catalina y Juanita. Hoy tienen 10 y nueve años respectivamente. Están totalmente sanas.

Nuestro matrimonio ha pasado por muchos baches que solamente de la mano de Dios hemos podido superar. Hace siete años estuve hospitalizado durante seis meses porque mi estómago se perforó por detrás, se estranguló una hernia y se reventó una úlcera; tenía 96% de probabilidades de morir y no me podían intervenir por el riesgo de mi condición médica, ya que el virus del Sida se había desarrollado y me encontraba en etapa terminal. Adquirí una bacteria intrahospitalaria que empeoró mi situación de salud.

Durante esos momentos tan difíciles Dios me llevó a renunciar a cualquier pacto con Satanás que yo hubiera podido hacer de manera inconsciente ante el deseo de morir, hablar palabras con rabia y dolor que dije en contra de Dios, y al pedir ayuda de donde viniera para superar la realidad que afrontaba. Al renunciar, mi recuperación a partir de ese momento fue milagrosa. El Señor me sanó, todo mi sistema se recuperó y volvió a funcionar normalmente. Fue una guerra espiritual tremenda, pero una victoria para el Señor.

La decisión más difícil de mi vida…

Hace unos cinco años me comunicaron que fui contagiado por Hepatitis C en una de esas tantas transfusiones que me han hecho. Hace cuatro años por una osteomielitis en las prótesis internas que tenía de rodilla, tuve que tomar la decisión más difícil de mi vida: la amputación total de mis piernas desde arriba de las rodillas. Nuevamente aparecía el riesgo de muerte. Fue un proceso largo y de difícil recuperación, además de ese limbo espiritual, emocional, físico y sentirme incompleto en todo sentido, mi refugio lo encontré en la auto conmiseración y en la morfina que me hacían sentir que todo estaba bien. Así me alejaba de la realidad tan dura que no sabía cómo afrontar.

Estuve a punto de separarme de mi esposa, perdí a mi familia y nuevamente toda esperanza. Pero a través de una confrontación cara a cara con Dios y por medio de personas maravillosas que conocí como el pastor Henry Taylor cuando la iglesia Casa Sobre la Roca Cota funcionaba en la sede del colegio Nuevo Gimnasio Cristiano, Dios me llevó a encontrar un nuevo sentido a mi vida, a reencontrarme con su amor y afrontar la realidad de mi existencia de la manera que Él quería. En Sabana Norte, con el pastor Mario Santa y su esposa Cristina, Dios sigue mostrándome su amor y respaldo.

Dios restauró mi matrimonio, me ha permitido recuperar el tiempo perdido con mi esposa y mis hijas. Cada día nuestra relación es más fuerte, ¡sigo vivo!; he aprendido a disfrutar, a entender qué es vivir de verdad. He podido compartir, madurar y encontrar el propósito principal: ¡Dar la gloria a Dios siempre!, servirle a Él, caminar de su mano junto a mi esposa e hijas, y que sea Él quien cumpla sus sueños en nuestras vidas.

Este año empecé tratamiento contra la hepatitis C, en el último examen salió el hígado cirrótico y la replicación del virus en 1´537.000 copias. Con solo un mes de tratamiento la réplica bajó a 37 copias en mi sangre, ya está prácticamente indetectable y estoy curado. Los médicos quedaron asombrados. ¡La Gloria de Dios es indescriptible! Él nunca nos suelta, ando con esa certeza inconmovible, Él obra siempre en nuestras vidas, yo no tengo el control de nada, Él tiene el control total y eso ¡me encanta!

Otra de las cosas perfectas que no puedo entender y que hace Dios, es que con el tema de mis hemorragias mis brazos quedaron bloqueados: el derecho casi 45 grados y se me dificulta mover la muñeca, con ese como y escribo; y con el izquierdo es un poco más… con ese me lavo los dientes. Pero es tan perfecto Dios que puedo tocar piano y alabar a Dios en la alabanza, es algo increíble.

Dios es, ha sido y será el motor de mi vida; el amor incondicional de mi amada esposa, compañera, ayuda idónea; nuestras hijas, tres tesoros que con solo verlas caminar y sonreír dan testimonio de un Dios Todopoderoso que sigue haciendo milagros igual que hace dos mil años. Doy gracias porque en medio de las dificultades, siempre tenemos algo por qué agradecer más allá de quejarnos por lo que estamos viviendo. Dios me ha enseñado con Su gran amor que soy responsable de las consecuencias de cada decisión que tomo. Deseo sacar el mayor provecho a todo, ser bendición para los que me rodean.

Hoy entiendo mi valor en Cristo y como hijo de Él, he aprendido a valorarme y aceptarme desde lo más profundo de mi corazón, no porque este completo o incompleto, no porque sea igual o diferente a los demás, no porque tenga o me falte algo; sino porque mi valor y mi esencia nunca se perderán pase lo que pase. Mi esperanza y mi confianza sólo están en Él, decidí vivir la vida dando gracias por todo y en todo a Él, alabándolo y adorándolo cada segundo, sabiendo que siempre hay una nueva oportunidad y un propósito en cada cosa; entender que en todo lo que hemos vivido, el amor y la gloria de Dios son el hilo conductor, la columna vertebral; no se trata de mí, no se trata de nosotros, ¡se trata solo de nuestro amado Jesús y por eso no nos podemos quedar callados!

 

Por: Jennifer Barreto / @BarretoJenn

Foto: Diana Valderrama / Revista Hechos&Crónicas

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