Mamá, conecta contigo

por Revista Hechos&Crónicas

La maternidad es un regalo y un privilegio que Dios nos ha dado. Es una etapa de la vida con varias estaciones, pero que una vez comienza, jamás termina. Por eso es tan fácil que las mamás nos perdamos en el camino y olvidemos que antes de mamás, somos mujeres.

De acuerdo con un estudio del Instituto de Psicología de la Universidad de Louvain (Francia), las investigadoras Isabelle Roskam, María Elena Brianda y Moïra Mikolajczak, estiman que un 14 % de madres a nivel mundial podría presentar el síndrome burnout, es decir, que se sienten agotadas con las tareas específicas de su rol como madres. Lo que diferencia este síndrome de una depresión o depresión posparto es que este agotamiento está centrado o circunscrito únicamente a temas de crianza y al rol que se ejerce como madre; además, de ser posible en cualquier etapa de la maternidad. Aun así, en la medida que el burnout se instala y se mantiene en el tiempo, este agotamiento podría invadir otras áreas y dar paso a un cuadro depresivo.

La cifra parece baja en comparación con lo que se habla en los grupos de madres, compañeras o entre amigas. El común denominador es que todas aman a sus hijos, pero muchas se sienten cargadas por la cantidad de tareas que conlleva la maternidad y por la angustia de saber si lo están haciendo bien. El amor sacrificial de una madre, en muchos casos la lleva a vivir más preocupada por los demás que por sí misma, buscando que todo marche a la perfección.  Olvidándose de sus propias necesidades.

Y es que la maternidad saca lo mejor de nosotras mismas, pues nos esforzamos por dar todo a ese pequeño ser que depende de nosotras y ninguna se quiere equivocar. Sin embargo, la maternidad también saca lo peor. Saca las heridas de nuestra infancia, los dolores pasados, las amarguras y los perdones que no hemos resuelto y todo aquello que nos cuesta aceptar y sanar. Es en esos momentos en lo que debemos conectar con Dios y con nosotras mismas, para dejar a un lado los temas de crianza y las preferencias para educar y conectarnos con eso que Dios nos ha permitido ser y vivir durante toda nuestra existencia. Ahí se encuentra el verdadero valor de nuestra maternidad.

 Vuelve a ti

A veces las mamás nos perdemos en el camino de la crianza porque vivimos abrumadas por los consejos de otras mamás, la idealización de la maternidad que encontramos en redes y el absurdo contraste de un mundo caótico que a veces vemos en nuestras casas. Vivimos comparándonos con otras mamás, con lo tipos de crianza y nos sentimos culpables porque no llegamos a ser perfectas.

Nos sacrificamos tanto por los demás, que no queda nada para nosotras. Vivimos cansadas, angustiadas, irritables. No disfrutamos a nuestros hijos porque la maternidad nos parece un caos y estamos cansadas de escuchar a otras decirnos: “disfruta”, cuando realmente el día a día nos sobrepasa y estamos abrumadas con tantas obligaciones.

Es ahí cuando llegan los desbordes emocionales. Los gritos, las peleas, la impaciencia. Herimos el corazón de nuestros hijos porque las cosas no se dan a nuestra manera y nos herimos a nosotras mismas porque sabemos que algo está fallando.

Pero aquí viene la noticia: Tus desbordes emocionales no tienen que ver con tus hijos sino contigo. Con tus temas por resolver, con tu historia por sanar más que con los comportamientos de tus hijos. Porque, aunque se trata de ellos, se trata mucho más de ti.

Para la psicóloga Vida Gaviria, “casi siempre, el origen de nuestras emociones está latente en nuestros temas por resolver, es allí donde tenemos que hacer un viaje interior y detectar qué es lo que tenemos que atender para estar bien por nosotros mismos y así, poder estar bien y en balance emocional para criar a nuestros hijos desde un lugar empático, amoroso y bondadoso.

Profundizar en ti misma, te dará las respuestas que todavía no has podido ver sobre tu impaciencia. Valora cada cosa que has hecho para que puedan crecer. Cada día, cada acción, cada contención que has logrado.  Todo lo que has vivido es el proceso perfecto de tu camino, y no se tiene que ver cómo el de nadie más. Tus retos son tuyos”.

Lo que ocurre es que nos estamos perdiendo. Vivimos enfocadas en las necesidades de nuestros niños, en las rutinas y en las listas to do, que olvidamos nuestra manera de ser. Y si nos concentramos tanto en los hijos, cuando ellos se vayan, no sabremos quiénes somos. Y no solo cuando se vayan de la casa, sino cuando dejen de necesitarnos tanto, aun siendo niños. Debemos reconectar con nosotras mismas, con lo que somos, con nuestra identidad como hijas de Dios.

Por eso necesitamos tiempo para nosotras. Tiempo para enfocar en nuestra belleza, en nuestro cuidado. Muchas nos sentimos culpables por sacar tiempo para ir a un salón de belleza o practicar un deporte y no dedicar ese tiempo a nuestro hogar, pero la realidad es que necesitamos esos tiempos para estar en paz con nosotras mismas y poder brindar esa paz a nuestras familias.

En muchos casos, la clave está en la organización y la disciplina, comprendiendo que hay un tiempo para todo, como lo dice Eclesiastés 3:1. Si somos disciplinadas por ejemplo en la hora en que nuestros hijos se van a la cama, seguramente tendremos ese tiempo que a veces reclamamos para leer, para estudiar, para crecer como seres humanos o sencillamente para relajarnos después de un largo día. Sin embargo, conectar contigo misma va mucho más allá de tener tiempos y espacios para ti.

Lo que Dios hizo en mí

A veces no es el tiempo que nos falta para dedicar a nuestras actividades lo que nos abruma, es que vivimos desconectadas de lo que somos y de lo que Dios ha hecho en nosotras. Vivimos pensando que la maternidad parte nuestra vida en dos y que aquello que antes fuimos, ya no vale la pena.

Tampoco se trata de revivir la vieja naturaleza, pues la Biblia dice en Gálatas 2:20 que ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Se trata de honrar el proceso que Dios ha hecho en ti desde que te trajo a este mundo.

Por eso hoy, mujer, te invitamos a que te tomes un tiempo con Dios. Lleva tu vida como mujer (no solo como madre) ante sus pies y pídele que te permita comprender qué de todo lo que has vivido te falta por sanar. Qué te falta por perdonar. Y de dónde, en tu propia vida, puedes tomar herramientas para ser la mujer que Él te quiere llevar a ser.

Tu historia tiene un propósito, una luz especial que solo te hará brillar a ti. Nada de lo que has vivido es en vano, pues ya lo dice Romanos 11:36: Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén. No es una historia que necesites ocultar para que permanezca callada en un rincón. Dios te ha hecho un testimonio vivo de Su amor y es desde allí, desde lo bueno y lo malo que debes buscar las herramientas de tu maternidad y de tu vida en general. Sana tu corazón, perdona, limpia lo que ha dolido y honra tu proceso.

No te olvides de quién eres en pos de un pequeño ser que tiene su propio proceso, mejor conecta con todo eso que Dios te ha permitido ser. Vive tu proceso, aprende, crece, haz ejercicio, saca tiempo para ti, estudia, reconecta con tus sueños y recuerda que la maternidad no es para tu gloria, ni de tus hijos, sino para la gloria de Dios.

No se trata de mí

Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado. 2ª Corintios 5:15.

Sarah Jerez, del ministerio Aviva Nuestros Corazones asegura que “la maternidad no fue diseñada para traer gloria a mí misma, sino a Dios. Aunque hay aspectos de la maternidad que pueden traer mucho gozo y satisfacción, ésta nunca será suficiente para llenarme y satisfacer mis más profundos deseos y anhelos. Los hijos son una encomienda, no son nuestro valor ni nuestra identidad. En esta época de madres sacadas de Pinterest, tenemos que recordar que nuestra maternidad no es un mensaje al mundo acerca de nosotras mismas, sino un mensaje al mundo, y más aún a nuestros propios hijos, acerca de Dios. La maternidad no se trata de competir, tratando de mostrar que soy mejor madre que todas las demás. A través de nuestro rol en la maternidad, damos a conocer a nuestro gran Dios, Su santidad y Su gracia, y el hermoso Evangelio de Jesucristo”.

Por María Isabel Jaramillo / isabel.jaramillo@revistahyc.com

Foto: Sai de Silva – Unsplash (Foto usada bajo licencia Creative Commons) 

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