Reconcíliate con la comida

por Revista Hechos&Crónicas

Recientemente leí una publicación que se titulaba ¿qué hacer cuando tienes hambre? Y básicamente aconsejaba a las personas sobre lo que deben hacer para “engañar” sus cuerpos. Los consejos eran: lávate los dientes, bebe agua, sal a caminar, haz otra cosa… todo, menos comer. Y me pregunté ¿en qué momento la comida pasó de ser una bendición a un completo dolor de cabeza?

Muchas personas con las que trato regularmente (aun en la iglesia) tienen una relación complicada con la comida. En ocasiones no saben controlarse y comen de más, o pasan la vida “a dieta”, sintiéndose culpables por cada cosa que comen que se sale de la onda fit o saludable a la que aparentemente todos deberíamos pertenecer.

Cuando veo a alguien comerse un postre, las frases siempre son similares a estas: “mañana empiezo dieta”, “dañé la dieta” o “¿de verdad te vas a comer todo eso?” Si a eso le sumamos las subidas y bajadas de peso (perceptibles o no) y los comentarios muchas veces ofensivos o malintencionados de otros sobre el aspecto de cada uno, la relación con la comida se convierte en una esclavitud constante más que en un deleite.

Y esta esclavitud viene de dos problemas: obsesión por comer y obsesión por no comer (o hacerlo de manera saludable). Nos convertimos en esclavos de algo que Dios  hizo para bendecirnos y deleitarnos.

El problema con la comida

La comida es un regalo de Dios. Es buena, es un beneficio y una bendición. Él nos regaló variedad y abundancia, para que podamos elegir y disfrutarla, pero como todo, con sabiduría. Todo lo que se mueve y tiene vida, al igual que las verduras, les servirá de alimento. Yo les doy todo esto. Génesis 9:3.

Sin embargo, esa sabiduría a la hora de comer se ha perdido de tal manera, que la salud se ha visto fuertemente afectada. 52% de las personas en Colombia tienen obesidad o sobrepeso, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud más reciente. Sencillamente porque no sabemos comer. Pero no solamente el sobrepeso revela un problema con la comida, la obsesión con un cuerpo perfecto, con una talla o una cifra en la báscula también. Muchas personas decidieron satanizar la comida, especialmente algunos alimentos e incluso encontramos una población creciente, pero difícil de cuantificar que padece desórdenes alimenticios.

¿Cuál es la raíz?

El primer pecado de la humanidad fue precisamente por comida, pero no por la comida en sí, sino por lo que ese fruto ofrecía: ser como Dios.

Tener una obsesión relacionada con la comida está directamente ligada con problemas más profundos en nuestras vidas, cosas que nos falta sanar o someter a Dios, como heridas pasadas o necesidad de tener el control, entre otras.

Para Nancy DeMoss Wolgemuth, del ministerio para mujeres Aviva Nuestros Corazones, “no se trata solo de personas con sobrepeso o que tienen problemas visibles con la comida o trastornos alimenticios. La comida es un regalo tan bueno de parte de Dios. Pero también es algo que, comenzando en Génesis 3, el enemigo ha usado como un medio de tentación para seducirnos a apartarnos de Dios.

Independientemente de cómo se vean las formas del cuerpo, este es un desafío muy, muy común entre las personas. No es siempre comer en exceso. Para algunos es ser totalmente exigentes con las características saludables de los alimentos o simplemente estar pensando en la comida  todo el tiempo, incluso si no estás comiendo demasiado.  A veces es porque estamos llenando nuestros corazones, nuestras mentes, nuestro tiempo, nuestras vidas con comida o con cosas que no son inherentemente pecaminosas.  Tenemos cuerpos. Necesitan ser alimentados. Pero si tenemos un exceso de esas cosas, puede ser por eso que realmente no tenemos apetito o anhelo por Jesús”.

El problema con la comida es que es una batalla permanente, de cada día, porque todos los días necesitamos comer y es algo tan natural, que olvidamos someterlo a Dios.

Para Asheritah Ciuciu, autora del libro Full: Food, Jesus and the battle for satisfaction (Satisfecha: comida, Jesús y la batalla por la satisfacción), la obsesión por la comida se ha convertido para nosotros en un pecado, porque creemos que es un área en la que Dios no se fija y no tiene cabida”. Es un área en la que decimos no a Dios y sí a eso que nos genera placer, comer… o no hacerlo.

Comemos por gusto, pero llegamos al punto de la glotonería, cuando no nos cabe un gramo más, pero aun así seguimos comiendo para evitar que algo se desperdicie. Nos convertimos en una caneca de basura donde se depositan las sobras, porque nos negamos a parar. Creemos que está bien no desperdiciar la comida, pero olvidamos que somos más importantes para Dios.

Comemos sin sentido y olvidamos lo que dice la Biblia en Si encuentras miel, no te empalagues; la mucha miel provoca náuseas. Proverbios 25:16.

Por otro lado, está esa otra lucha en la que nos esforzamos por estar sanos, por controlar lo que comemos y mantenernos dentro del peso saludable. Aparentemente, esto es lo deseable; sin embargo, cuando este asunto comienza a dominarnos, también se convierte en un pecado.

Hemos confundido cuidar nuestro templo con someterlo a dietas extremas, estar sanos con estar delgados y creemos que privarnos de los alimentos es algo que agrada a Dios. Sin embargo, hemos perdido el centro, no sometemos ese deseo de permanecer sanos ante Dios y creemos que depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, de nuestra disciplina y voluntad y no de Él, de la fortaleza que Él derrama sobre nosotros y de Su misericordia que nos hace libres.

Equilibrio y mayordomía

Administrar bien la comida nos permite tener un equilibrio y cuando equilibramos correctamente lo que comemos, nuestro cuerpo está sano y funciona adecuadamente. Este es el ideal, contar con un cuerpo saludable que nos permita servir a Dios como Él lo demanda.

Sin embargo, no se trata de privarnos de lo que Dios ha permitido, se trata de mayordomía. Y aunque es cierto que se necesita disciplina para saber comer, debemos recordar que ese equilibrio no depende de nosotros mismos, sino de lo que Dios hace en nosotros.

Se trata de pedir al Espíritu Santo que nos muestre eso que nos falta por sanar o aquel tema que todavía debemos someter y que se está reflejando en nuestra relación poco sana con la comida. Es una batalla que comienza en la mente y se gana entregando todo a Dios, llevando cautivo todo pensamiento (2 Corintios 10:5) y convirtiendo la codicia por los alimentos en dependencia de  Dios, confianza y en generosidad para dar a otros. Se trata de someter cada mañana ante Dios en oración nuestros deseos de comer o nuestra necesidad de vernos bien y pedirle que sea el Rey de cada área de nuestras vidas, aun del bocado más pequeño que comemos. Solo así podremos dejar de sufrir la comida, reconciliarnos y comenzar a disfrutarla.

Por: María Isabel Jaramillo – isabel.jaramillo@revistahyc.com

Foto: Brooke Lark – Unsplash (Foto usada bajo licencia Creative Commons)

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