Una guerra sin edad

por Revista Hechos&Crónicas

Balas vienen y balas van no educan a nadie pero sí perjudican, sobre todo, a estudiantes de primaria y bachillerato, la población joven de Colombia. Es la hora de abrazar la paz.

La verdadera verdad revela que en ese lapso en Colombia llegaron a 16.879 las víctimas menores de edad, según afirma la experta en el tema Katherine López, quien ha dedicado buena parte de su vida profesional a investigar en profundidad este espinoso y desventurado tema.

Mambrú se fue a la guerra

¡qué dolor, qué dolor, qué pena!

Mambrú se fue a la guerra

no sé cuándo vendrá.

Do-re-mi, do-re-fa

no sé cuándo vendrá.

Las siguientes líneas pertenecen al Editorial del diario El Espectador, de Bogotá, del lunes 12 de febrero pasado: “La guerra en Colombia se hizo y se sigue haciendo al utilizar a los menores de edad como arma. Ninguno de los actores, ni siquiera la Fuerza Pública, han estado exentos de esta deplorable práctica. En reciente informe del Centro de Memoria Histórica (CMH) se entrega al país la cifra dolorosa citada pero que vale la pena repetir: 16.879 niños han hecho parte del conflicto armado en Colombia. El CMH preparó el informe Una guerra sin edad, que cumple con la necesaria tarea de estudiar cómo los menores han hecho sido partícipes del conflicto desde la década del 60 sin haber pedido o buscado entrar en él”.

Una guerra sin edad muestra cómo todas las partes del conflicto cayeron en la misma práctica (reclutar menores) aunque de maneras distintas.

Así fue y así es y quiera Dios que en el futuro inmediato esa práctica sea abolida aunque busquemos para ello la lentísima forma legal de tramitarse por las dos cámaras congresionales con sus respectivas comisiones en Senado y Cámara, más la sanción final del Presidente de la República. Con intentarlo nada se pierde y, de golpe, mucho ganaremos en defensa de nuestros(as) niños(as).

¿Por qué ofrecen dineros?

En el estudio de Una guerra sin edad, Katherine López enfatiza que el reclutamiento de los(as) pequeños(as) no es homogéneo ni generalizado sino que cambia según la región, el momento y el grupo armado. Pero hay una serie de asuntos en común:

Los miembros de los grupos belicosos han hecho presencia en los espacios de nacimiento y desarrollo de los(as) niños(as), ha habido ciertos acercamientos previos con ellos(as) y sus familias, les han hecho ofrecimientos de dineros a nuestros pequeños sin importar qué tan lejos se encuentren los oferentes del más cercano municipio donde pueda existir cualquier tipo de ley, llámese estación de policía o juzgados con capacidad de maniobrar jurídicamente para llevar a la cárcel a los abusadores de los niños, asunto tipificado por las normas nacionales y cuasi universales como  grave delito. Nuestros niños no están solos pero son los padres quienes se encargan, con sus desidias, de alejarlos del mundanal ruido.

Y ya incrustados los(as) pequeños(as) abusados como parte integral del plan de los abusadores, estos se convierten en referentes de los menores con ofertas hasta en  dinero para que acepten los padres que sus hijos puedan ser reclutados. Esos grupos generan desde el comienzo una severa regulación de la vida de los pequeños en sus filas. Hasta un grupo paramilitar ofrecía más dinero mientras otro grupo guerrillero ofrecía estudios para los pequeños. Los paramilitares fueron más laxos en algunos ítems.

El estudio destaca que 40% de los menores fueron reclutados mediante la persuasión, es decir, no hubo amenazas para integrarlos en sus filas, una particularidad propia del conflicto colombiano, según el citado informe.

¿Y por qué andar armados?

Se han comprobado algunos casos donde los adolescentes al crecer en el marco del conflicto armado, prefieren estar armados que andar, como dicen ellos cuando se vuelven mayorcitos, sueltos por los campos de la vida. Sin embargo, este proceso no es el mejor porque está comprobado que esta guerra se ha ensañado en maltratar a los indefensos, y los niños(as) están en la primera fila.

Y lo peor es que estos resabios maléficos de nuestros conglomerados seguirán ocurriendo mientras persistan los grupos armados –y siguen existiendo hasta ahora– y mientras el Estado colombiano sea incapaz de ofrecerles oportunidades genuinas a todos los colombianos para reguardar sus integridades personales y espirituales, empezando por los pequeñines indefensos quienes son los que más necesitan del resguardo de nosotros, los mayores.

¿En dónde? En los colegios, ¡claro!

Esta guerra se ha ensañado ahora con los colegios de secundaria y sus estudiantes como ha ocurrido en Cauca, Norte de Santander y Arauca en donde sus clases se han visto entorpecidas por enfrentamientos entre grupos armados, amenazas de allá y de acá y de muchas partes y los paros armados que de vez en cuando organizan los elenos.

Y ni hablar de los ataques y atentados sobre nuestros oleoductos. ¡Son también crímenes de guerra! Nuestro -sí, nuestro petróleo- derramado inmisericordemente en nuestros ríos, lagos y lagunas!

Al otro lado de estas circunstancias, los peripatéticos docentes colombianos claman y reclaman porque las instituciones se conviertan en territorios de paz. Y así debería ser, y  así debiera ser. En uno de estos bochornosos días, un niño de cuatro años se negó a salir de su casa ubicada en el corregimiento de El Tarra, un lugar de vías maltrechas en la otrora muy rica región ganadera y de productos agrícolas en la región del Catatumbo, en Norte de Santander. Un niño de cuatro años no tiene aún edad para pensar ni mucho menos para puntualizar algo ante sus mayores.

¿Entonces? Que como vamos, no vamos bien porque podremos ir mejor para que nuestros niños piensen mejor.

¿Quién pierde? Colombia, ¡claro!

Katherine López explica que el impacto sobre el futuro de este presente maltrecho no recaerá solo sobre los niños menores sino sobre Colombia en su conjunto.

Cualquier victimización, dice, ejercida sobre los menores, genera un impacto sobre el capital social del país. En efecto, surge un impacto psicosocial sobre quienes somos parte activa de entre los 49 millones de colombianos y en detrimento sobre la participación de la niñez en la misma construcción del país, asunto de vital y diario desarrollo, no de vez en cuando solamente.

¿Cómo hemos llegado a tanto? Es sentir que nuestra población, la que seguirá construyendo el futuro de Colombia, está viéndose impactada por las secuelas del conflicto armado.

Una patética información revelada en este estudio sostiene que nuestras Fuerzas Armadas también registraron casos de reclutamiento de menores de 18 años. Luego la fuerza pública se encuentra en el marco del conflicto armado y sí se han identificado casos de utilización y de vinculación directa de menores.

Y aunque el CNMH logró contar que fueron 16.879 los niños y adolescentes reclutados, hay un subregistro porque el reconocimiento del reclutamiento no ha sido uniforme a lo largo de estos años y porque no es fácil para las comunidades –cualquiera de ellas- no es fácil denunciarlo.

La autora del citado estudio se muestra especialmente preocupada porque estas circunstancias persisten en Colombia, especialmente a través de los grupos armados que se conformaron después de la desmovilización de los paramilitares en 2006 y quienes heredaron su forma de funcionar.

Si persiste la dinámica es porque las condiciones que lo originan también persisten. El diagnóstico es angustiante, no sólo por el abrumador número de víctimas sino porque la advertencia es clara: Esto seguirá ocurriendo mientras persistan los grupos armados y el Estado no ofrezca oportunidades genuinas a todos los colombianos.

También hay una esperanza al encontrar un recordatorio necesario por estos días de que apostar por los relatos de construcción de verdad rinde frutos y nos ayuda a edificar una Colombia consciente de sus problemas y de lo que se necesita para mejorarlos.

Debemos seguir apostándole a la paz aunque a veces pareciera como si ella fuera un intangible que se encuentra más allá de más allá. Es cierto que la guerra de los niños en Colombia existe hoy pero en un mañana cercano llegará despojada de sus ropajes bélicos porque entre todos hemos encontrado los verdaderos caminos hacia la paz verdadera y duradera.

Anécdotas de percances reales

El viernes 2 de febrero la comunidad de Puerto Santander (Norte de Santander) encontró a dos desconocidos frente al colegio y horas después llegó un mensaje al correo electrónico que decía: les dejamos dos regalitos para que vean que esto es en serio.

En el mensaje, alertaron al rector de la institución educativa: no queremos que se salga porque si renuncia y se va es dejar un espacio y esos bárbaros nos corren a todos, según un líder de los docentes de la región. Los padres de familia están muy atemorizados concluía el mensaje. Las clases retornaron el martes 13 pero quedaron situaciones que afectan a la población en general. Por ejemplo: el 12 de febrero los padres de familia no enviaron a sus hijos a estudiar por temor al paro armado que ordenó el ELN.

Otro aspecto que suscita preocupación es la vinculación de los adolescentes a las bandas de contrabandistas y narcotraficantes que operan en la zona. Y la vinculación pagada a los jóvenes es por llevarles información y para realizar trabajos por días en las cadenas de las economías ilegales.

¿Por qué no, un acuerdo bilateral?

Se recuerda que en julio de 2015, los 323 estudiantes del colegio Andrés Bello, ubicado en la vereda de La Paz de Arauquita, no asistieron a clases debido a combates entre el ELN y la Fuerza Pública porque, claro, balas iban y balas venían según un morador y padre de familia del mismo colegio. Un día antes, el lunes 12 tampoco hubo clases en Saravena y Fortul debido al mismo paro. Por lo anterior y por mucho más, el Secretario general de la Asociación de Educadores de Arauca, Hernando Sánchez, denunció por radio local que el sistema educativo de Arauca fue seriamente afectada por todos estos y otros hechos.

Porque, además, ese lunes 12 tampoco hubo clases en 90% de otros colegios rurales cercanos. Los padres de familia convocados mutuamente a viva voz no enviaron a los niños a los colegios de la zona debido al temor de pasarles algo a sus hijos tanto dentro de los colegios como en los trayectos a pie desde sus casas hasta sus aulas escolares.

El líder de los docentes en esa zona reitera que tanto el Estado como la guerrilla vuelvan a acordar un cese al fuego bilateral como el suscrito entre el 1 de octubre de 2017 al 12 de enero de 2018 y que no se levanten ninguna de las partes hasta cuando se firme un acuerdo en favor de los millares de niños de la región.

Los llamados del Secretario Sánchez se resumen así:

Mantengan colegios y escuelas al margen de una guerra que no es de ellos sino que fue importada quién sabe por qué y desde dónde, que por favor no vinculen a las escuelas y colegios en esa guerra que no es de ellos, no vinculen ni a estudiantes ni a profesores en el conflicto y permitan que puedan acceder sin dificultades a una educación real y pacífica para su formación. Las balas que van y las que vienen, nunca formarán a ningún estudiante en ningún lugar del mundo. Ya sabemos cómo es eso, y eso es lo peor para nuestros hijos, concluyó el Secretario Sánchez.

Foto: Archivo particular

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