Amor real

por María Isabel Jaramillo

El amor verdadero es más que palabras, es practico.  Del amor de Dios podemos tomar la inspiración necesaria para hacer real lo que sentimos y pasar de la emoción a la acción.

Muchos matrimonios fracasan porque no llevan a la realidad esas promesas que se hicieron en la boda. No saben convertir en algo práctico lo que dijeron con tanta alegría durante la ceremonia. Sin embargo, estas promesas son un recordatorio de que el amor no se basa solo en palabras. Aunque es importante saber expresarlo, también es importante planear y ser intencionales en la manera en que el amor se lleva a la práctica, pues el amor es una decisión que se toma nuevamente cada mañana.

A través del tiempo, las series y películas románticas nos han enseñado una manera de amar, a la que todos nos hemos acostumbrado. Un amor “libre” pero posesivo, intenso, pero carente de profundidad.

Durante la ceremonia de boda, y delante de una cantidad de testigos, los novios prometen amarse para siempre a través de sus votos. Estos votos van más allá del sentimiento que los invade en ese momento, más allá de la emoción que los hace sentir mariposas en el estómago y cosquillas cuando sus pieles se rozan. Son un compromiso eterno que lleva la intención, las palabras, sentimientos y emociones a la práctica, al día a día. Las palabras pronunciadas en la boda son profundas, pues demuestran que se amarán sin importar las circunstancias.

El amor es una promesa

Se supone que el amor se siente en las entrañas, en lo más profundo del alma. No se puede obligar y no se puede forzar. Entonces, ¿cómo prometer amor eterno? ¿Cómo tener un amor real, si no se puede ordenar al otro que nos ame? 1 Corintios 13:4-8 nos da una luz sobre cómo es el amor real:

El amor es paciente, es bondadoso.

El amor no es envidioso ni jactancioso

ni orgulloso. No se comporta con rudeza,

no es egoísta, no se enoja fácilmente,

no guarda rencor. El amor no se deleita

en la maldad, sino que se regocija con la verdad.

Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará,

el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá.

Dios nos promete amor incondicional. Un amor total que se entrega a pesar de todo y que incluso va hasta la muerte por nosotros; pero para vivir ese amor necesitamos fe. Fe en Dios y fe en su infinito amor.

El amor hacia otra persona surge indudablemente de nuestra fe. Nuestra inspiración para amar es Dios y su entrega, pues amor no es algo que sentimos o que nos sucede. El mandamiento central del Antiguo Testamento es amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Deuteronomio 6:5). Y Jesús afirmó este mandamiento como el primero y más grande (Mateo 22:36-40).

Dios nos ha enseñado a amar como un mandamiento, como un compromiso, como una promesa. No es un amor que ate el corazón y coarte la libertad, sino la posibilidad de elegir a quién amar y seguir amándolo cada día de la vida. A Dios, como prioridad y también a los demás. No solo al cónyuge o a los seres queridos, sino, incluso a los enemigos, en quienes la decisión de amar tiene mayor dificultad.

El amor de Dios es una promesa, expresada en cada capítulo de la Biblia y convertida en realidad cuando el verbo se hizo hombre (Juan 1:14). Es algo que no se puede comprender, pero cuando nos inspiramos en Él, es más fácil comprender cómo debemos amar a los demás y soltarnos a lo que significa el amor realmente.

Itiel Arroyo lo resume así en su libro Amar es para valientes: “Nadie en el universo tiene más para decir acerca del amor que Dios. El amor no es un sentimiento barato sino la acción más valiosa. Amar es buscar el bienestar máximo de la otra persona, incluso por encima del bienestar personal. Es derramarte sobre el ser amado como agua que se derrama sobre una flor. Entonces, ¿cómo puede ser amor si no respeta a la otra persona? ¿cómo puede ser amor si avergüenza a la otra persona? ¿cómo puede ser amor si destruye a la otra persona? El amor se preocupa por el bienestar a largo plazo, el sentimiento/deseo solo piensa en satisfacer el capricho momentáneo”.

Amor en acción

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3:16.

Del amor que Dios nos manifiesta hay mucho por aprender. El amor es un hecho práctico. Nuestra relación con Él no es hacer cosas, pero necesitamos hacerlas para despegar hacia Él, para que  nuestra fe y nuestra intimidad con Él sean evidentes. De la misma manera ocurre con el resto de relaciones interpersonales, donde el amor debe estar presente.

No importa en qué tipo de relación estés o si el amor en cuestión es hacia tus padres, tus amigos, tu pareja, tus hijos, a ti mismo o a cualquier otro ser humano. El amor real necesita convertirse en algo práctico. Se necesita mostrar (no demostrar) cómo se hace real lo que decimos, lo que prometemos y hasta lo que sentimos. Si dejamos de esforzarnos, el amor se enfría y nos convertimos en extraños que no saben cómo volver a conectar.

Amando como Dios nos ha enseñado y llevando el amor a la práctica, cumplimos con el mandamiento que Él nos ha dejado:

“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” —le respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas. Mateo 22: 36-40.

Por: María Isabel Jaramillo – Isabel.jaramillo@gmail.com

Foto: Sincerely Media – Unsplash (Foto usada bajo licencia Creative Commons)

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