Humildad en su justa medida

por Revista Hechos&Crónicas

Humildad, qué palabra más extraña y difícil de aplicar. Al tratar de definirla, a veces pensamos en la pobreza, el donde servicio y la sencillez. Esta última es para mí la definición más acertada, pues la humildad se refiere, simplemente al don de reconocernos tal cual somos, con lo bueno y lo malo. Sin egos absurdos ni menosprecios innecesarios.

El diccionario de la lengua española define la humildad como “la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Mirarnos en el espejo con la felicidad de ser quienes somos sin necesidad de aparentar algo más.

Pero este tema de la humildad pasa por todo tipo de contradicciones, pues existen personas que miran a todos por encima del hombro y andan por los extremos profesando una falsa humildad que los hace vivir en harapos o quejarse de cuanta cosa les ocurre en la vida, pero intentando a la vez mantener una imagen de personas humildes. Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa. Colosenses 2:23.

El pastor Darío Silva-Silva, en su libro “El fruto eterno”, nos habla de cómo la humildad se traduce como justa medida: La humildad está perfectamente delineada en las Sagradas Escrituras. En la carta a los Romanos, San Pablo resume perfectamente el concepto de autoestima y humildad: Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado. Romanos 12:3.

¿Qué significa? “No te creas más de lo que eres”; pero no dice: créete menos de lo que eres, sino aplícate una justa medida. Ya hemos recordado que dijo también: “Nadie te menosprecie”. Menospreciar es bajar el precio, supervalorar es subir el precio. Ninguna de las dos cosas es correcta: solamente valorarnos con equidad. Ni más alto ni más bajo. Un gran místico medieval holandés, Thomas de Kempis, en su libro “Imitación de Jesucristo”, nos dejó esta perla esencialista: “No soy más porque me elogien, ni menos porque me vituperen. Lo que soy, eso soy”.

Cristo es el ejemplo de humildad, Satanás el ejemplo de orgullo. ¿Cuál es el resultado de la humildad y cuál el del orgullo? ¿Dónde está el orgulloso? En el infierno. ¿Dónde está el humilde? En el cielo, a la diestra de su Padre y desde allí volverá a juzgarnos a todos.

Y para que aprendamos cómo lidiar con este asunto, vamos de nuevo a la Biblia: La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Filipenses 2: 5-11.

La persona humilde de corazón, por lo general refleja una serie de características perfectamente ilustradas en el contexto bíblico. Aquí, algunas de ellas:

1- Una persona sabia, sin duda es humilde

¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que lo demuestre con su buena conducta, mediante obras hechas con la humildad que le da su sabiduría. Santiago 3:13.

La Biblia es clara cuando explica que los hijos de Dios podemos pedirle sabiduría sin temor, pero también, por los mismos textos bíblicos podemos comprender que la humildad viene por añadidura. Una persona sabia busca cumplir la voluntad de Dios, haciendo todo lo posible para guardar limpios su mente, su corazón y su cuerpo, por mantenerse sin mancha y con un comportamiento intachable. La humildad de corazón hace que nuestro actuar revele los más bellos propósitos y podamos buscar conforme a la sabiduría de Dios.

2 – Suavidad de carácter

Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia. Colosenses 3:12.

Una de las mayores características de una persona humilde es que no solamente cuenta con uno de los “gajos” del fruto del Espíritu Santo, sino con todos. (En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Gálatas 5:22-23).

Una persona humilde es sencilla, agradable, fácil de tratar y proclive a generar empatía hacia los demás, pues no tiene egos enceguecedores, sino ese equilibrio que le permite valorar a los demás por lo que son y no por lo que pueden brindar.

3 – Sometidos pero no esclavizados

Esa justa medida de la que habla el pastor Darío nos lleva a no ser orgullosos, a comprender que siempre tendremos autoridades que merecen respeto, como dice mi abuela: por edad, dignidad y gobierno.

Así mismo, jóvenes, sométanse a los ancianos. Revístanse todos de humildad en su trato mutuo, porque «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes ».1 Pedro 5:5.

La humildad nos hace bajar la cabeza ante quienes reconocemos más grandes, a aceptar el consejo de los sabios, la exhortación y la palabra dicha con conocimiento; pero esto no significa que los demás deban pasar por encima de nosotros. Ser humildes no significa dejarnos maltratar e irrespetar, pues Cristo ya nos hizo libres. Si buscamos primero agradar a Dios, encontraremos esa justa medida.

4- Humildes para servir

Nunca dejen de ser diligentes; antes bien, sirvan al Señor con el fervor que da el Espíritu. Romanos 12:11.

Como se trata de vernos tal cual somos, también se trata de comprender que Dios tiene un propósito con nosotros y que ser humildes también es usar nuestros talentos y habilidades bajo la dirección y la guía de Dios, y con esto, darle a Él la gloria por lo que se ha logrado en y a través de nuestra vida. Valorar lo que somos y podemos hacer sin llenarnos de egos que nos hagan pensar que somos nosotros o es en nuestras fuerzas que podemos lograrlo, sino que todo es por Él y para Él.

Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas. 1 Pedro 4:10-11.

Nunca, como hijos de Dios podemos darnos el lujo de despreciar una oportunidad de servir a otros, pensando que no nos corresponde o que alguien más lo hará, pues eso no es más que mero orgullo. La humildad es bajarnos de nuestra posición (alta o baja) y humillarnos poniendo en alto a los demás, sin importar de quiénes se trate.

Humildad en las canchas

Recientemente, durante la Copa América Brasil 2019 en la que Colombia se destacó por su buen desempeñó logrando llegar invicta a cuartos de final, pudimos ver al jugador Radamel Falcao García despojarse de cualquier síntoma orgullo. Durante el segundo partido, Falcao no salió como titular, aunque entró en el segundo tiempo.

Luego de finalizado el partido, algunos periodistas lo cuestionaron sobre lo que significaba para él haber entrado como suplente, teniendo en cuenta que se trata de un jugador tan experimentado e idolatrado por muchos, a lo que Falcao respondió con profunda humildad: “yo estoy para servir a la selección Colombia donde me toque. En esta ocasión salí como suplente y desde el banco traté de dar lo mejor de mí”. Proverbios 15:33 dice: El temor del Señor imparte sabiduría; la humildad precede a la honra. Y esto pareció verse reflejado antes de finalizar el partido, cuando Falcao entró al campo de juego: James Rodríguez, uno de los jugadores estrella de la Selección Colombia, había entrado como capitán de campo cuando inició el partido. James no fue sustituido, pero al entrar Falcao le entregó el brazalete de capitán, reconociendo de esa forma su autoridad en la cancha. Otro gesto de humildad y respeto.

Esto que vemos en el ámbito futbolístico que a veces nos da malas lecciones, es una enseñanza para no olvidar. No importa la posición en la que estemos, ni quiénes seamos, no importa si somos amados e idolatrados, no importa el cargo que tengamos, nuestro corazón debe mantenerse humilde, porque como dice la palabra de Dios, al que honra, honra.

Por: María Isabel Jaramillo – Twitter: @MaiaJaramillo

Foto: Freepik

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