Corazón contrito

por Revista Hechos&Crónicas

Hay temas de los cuales los pastores no hablamos o no lo hacemos de la misma manera y compromiso como lo hicieron quienes nos precedieron. Me cuentan, que en los años 50s o 60s en mi país, Argentina, todo predicador hablaba de tener un  “corazón contrito”, con estas palabras específicas. En esa frase se centraba el eje de la proclamación del evangelio de salvación.

La persona tenía que sentir dolor por sus pecados. Hoy, tratamos de suavizar este estado. Quizás por hacer mayor foco en las bondades, en lo positivo del Evangelio de Jesucristo.

Pero, ¿qué es contrito? Este vocablo hace referencia a la persona que siente o tiene contrición. Es sentir arrepentimiento, remordimiento, inquietud, pesadumbre o desasosiego tras un acto o acción propia y de haber cometido un error, yerro, falta o pecado, en haber ofendido a Dios. El Salmo 51:17 muestra a cabalidad el significado más profundo y espiritual del arrepentimiento del ser humano por su pecado. Es cuando, delante de Dios, todo lo vemos y notamos hasta la imperfección más escondida de nuestras vidas por obra del Espíritu Santo. Un corazón contrito está convencido de pecado, se humilla delante de Dios y hará una sincera confesión de su culpa.

Es posible que perdamos la dimensión del arrepentimiento y el dolor por haber cometido actos contrarios a lo que Dios espera de nosotros. Quiero hacer énfasis que no es a la ligera, sino en la profundidad de la desobediencia a nuestro Padre Celestial. Ese dolor que ahoga de angustia incontenible por habernos apartado tanto y tan tontamente de Dios. No es mero remordimiento o pesadumbre. Un corazón contrito deseará y buscará ser restablecido. Hay una diferencia muy notoria entre el remordimiento y tener un corazón contrito. Por ejemplo, Judas Iscariote se quitó la vida por remordimiento (Mateo 27:3-5).

El remordimiento es oscuro y desesperado. Lleva a la persona a tomar decisiones extremas sin posibilidad de ver una oportunidad de reversión. En oposición, el corazón contrito es abierto y tiene esperanza como dice el Salmo 34:18-20. La persona abatida por el dolor del pecado encuentra en el Señor la esperanza de un cambio en su vida que lo lleve lejos del quebranto y la angustia negativa, extrema que vivió Judas Iscariote.

A Dios le agrada que seamos conscientes que hicimos mal, que tomamos decisiones equivocadas, que le causamos dolor como un hijo descarriado y desobediente. No porque quiere vernos sufrir, sino porque después de este arrepentimiento viene la reconciliación con él. Limpia nuestro pecado, lo extirpa y arroja al fondo del mar, para darnos paz, gozo y tranquilidad, que la sangre de Jesucristo nos lavó. Nos introduce a una nueva relación personal con el Creador, donde se renueva y fortalece la esperanza de poder, a partir de este momento y con la ayuda del Espíritu Santo, caminar en su completa voluntad.

Él ama a todos los corazones enteros en su afecto, pero ama y tiene clemencia de un corazón contrito más que todos los sacrificios. Cuando te quebrantas delante de Dios viene una liberación plena a tu vida. Hay una nueva razón de vivir. No importa cuál es tu condición de vida, reconoce que necesitas a Dios para que Él pueda cambiar lo feo de tu vida. Para que, como también dice el salmista, cambie “tu ropa de luto” y te vista “de fiesta” (Salmo 30:11 NBD).

Por: Esteban Fernández. Pastor y presidente para América Latina de Bíblica Internacional Co.

Foto: Freepik / Rawpixel.com

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