La vida entre carreras

por Revista Hechos&Crónicas

Una de las características de nuestra sociedad es que estamos constantemente a las carreras. Corriendo de un lugar a otro, hablando por el teléfono móvil, viajando sin fijarnos que nos estamos movilizando de un lugar a otro. ¡Corremos! Por eso hoy quiero reflexionar en el afán de la vida. ¿Qué cosas hacen que tu vida sea una constante carrera? Conozco gente que nunca tiene tiempo para un cafecito, esa invitación que parece efímera pero que encierra la oportunidad de mirar a los ojos a la otra persona, escucharla con atención  y conocerla desde una arista que no la había conocido. Muchas veces, motivados por cuestiones loables, nos pasamos el día recorriendo lugares creyendo que estamos atendiendo personas, pero sólo atendemos “asuntos a resolver”.

Jesús tenía ese toque especial con sus discípulos. Se tomaba el tiempo para estar con ellos. A pesar de saber en qué momento iba a morir y cuán escaso era su tiempo en la tierra, dedicaba tiempo para sus amigos.  Cuando murió Lázaro, parecía que no tenía tiempo para ir y sanar a su amigo. A pesar de eso, cuando oyó que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más donde se encontraba. Juan 11:6. Como atendiendo otros temas, como corriendo tanto que no podría detenerse a visitar a su amigo moribundo.

Por supuesto que Jesús hizo su visita y tenía una certeza: —Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo. Juan 11:11. Pero los discípulos pensaron que ya era tarde, que Jesús hablaba del sueño natural de la muerte. Que la carrera había ganado a la virtud de Jesús como amigo. Sin embargo, después de dos días fue a verlo, cuando ya llevaba cuatro días en el sepulcro. En medio de esto se produce un encuentro entre Jesús y Marta, la hermana de Lázaro. Y un diálogo increíblemente revelador en Juan 11:21-44.

Jesús sí había tenido en cuenta a su amigo. No estaba en esa aparente carrera en la que hoy vivimos. Estaba atento a la necesidad. Pero a mí, querido lector, a mí no me pasa  siempre como a Jesús. Muchas veces puedo atender a personas a mi alrededor, mi familia, hermanos de la iglesia, colaboradores en el ministerio, pero muchas otras sigo de largo. Las tantas ocupaciones reales, necesarias y dentro de las enmarcadas como buenas me absorben y dejo de visitar a quien me necesita.

Frenar en medio de la carrera que corremos, casi sin tener en mente el sentido, nos ayuda a reubicar el norte de nuestro trayecto y cargar la gasolina que nos hace falta para seguir. Dedicarle una cena a mi esposa, en la intimidad de nuestro matrimonio. Escucharla, observarla, disfrutarla me ayuda a ser un hombre que elige su carrera. Y quizás no sea la más redituable en términos de éxito o de materialismo, pero quiero ganar la carrera de haber atendido a mis hijos, mis nietos. De haber tomado tiempo con amigos. De ser el mejor esposo. De entender que todo tiene su tiempo como dice Eclesiastés 3. Y que el Señor pone eternidad en nuestro corazón cuando somos entendidos de los tiempos.

Te desafío a que revises tu vida. Reveas si estás en una loca carrera sin rumbo. Si puedes parar un rato en boxes para afinar el motor, cambiar las ruedas y fundamentalmente prestar especial atención a las personas que te rodean.

Por: Esteban Fernández. Pastor y presidente para América Latina de Bíblica Internacional Co.

Foto: Freepik

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