La suficiencia de la Biblia, el fundamento de la reforma protestante

por Editor

Continuando con el tratamiento que venimos haciendo del lema de la Reforma Protestante con motivo de la celebración de sus 500 años, corresponde ahora el turno a la sola Escritura dentro de las cuatro “solas” –Sola fe, sola gracia, sola Escritura y sola gloria de Dios− que conforman este lema.

En este orden de ideas, si la sola fe era el emblema y la sola gracia el espíritu de la Reforma, la sola Escritura sería su fundamento. Ahora bien, ¿qué significa exactamente el principio de sola Escritura defendido desde entonces por todas las denominaciones protestantes? Vamos a considerarlo enseguida con algo de detalle.

E l principio de sola Escritura hace referencia a la fuente de autoridad final y definitiva que rige sobre la conciencia del cristiano. Para la época de la Reforma, además de la Biblia y muchas veces en oposición a ella, el llamado “magisterio” de la iglesia en cabeza de los obispos y del papa con especialidad, tenía tanta o más autoridad que las Escrituras mismas, incurriendo así en la situación denunciada y condenada por el mismo Señor Jesucristo contra los judíos de su época en el sentido de darle más prioridad a las tradiciones rabínicas recogidas en el Talmud que a los mandamientos de Dios revelados en las Sagradas Escrituras.

El acceso a la Biblia

De hecho únicamente el clero educado y conocedor del latín y, en menor grado, del griego y del hebreo, tenía acceso a las Sagradas Escrituras, pues éstas no se encontraban disponibles en los idiomas nativos de cada una de las nacientes naciones europeas, sino principalmente en la traducción que Jerónimo hiciera de ellas al latín a partir del Antiguo Testamento hebreo y del Nuevo Testamento griego, dando lugar a la versión conocida con el nombre de “Vulgata Latina”. Y por esta razón, el clero ilustrado terminó arrogándose el monopolio de la interpretación oficial de las Escrituras, a cuyas conclusiones debía ceñirse el pueblo sin poder consultar por sí mismo la Biblia para corroborar la corrección de estas interpretaciones oficiales que, en un significativo número de casos iban en contravía con lo declarado en las Escrituras al respecto.

Como si esto no fuera suficiente, aun si hubieran dispuesto de versiones de la Biblia en el idioma nativo, el acceso a ella seguía siendo muy restringido pues el analfabetismo era muy generalizado en la época, incluso entre el bajo clero, por lo que el pueblo en general no sabía leer, situación que la Reforma también comenzó a revertir mediante  variados y muy exitosos proyectos educativos implementados en las naciones que la acogieron, que abarcaban a todo el pueblo para sacarlo de su ignorancia enseñándole a leer y poniendo a su alcance la Biblia en su idioma nativo gracias a los ingentes esfuerzos de traducción de las Escrituras llevados a cabo por los reformadores con Lutero a la cabeza, bajo la convicción de que para todos los asuntos revelados en ella: “La Biblia es su propio intérprete”.

Prioridad y no exclusividad

Ahora bien, el principio de sola Escritura significa darle a la Biblia el primer lugar de autoridad en todos los temas por ella abordados –en particular los que tocan aspectos doctrinales−, pero no significa que la Biblia tiene la última palabra en todos los temas abarcados por la cultura humana, ni mucho menos que los cristianos únicamente puedan leer la Biblia para alcanzar un conocimiento cierto, seguro y confiable en cualquier asunto de su interés. En otras palabras, los reformadores consideraban que la Biblia es suficiente o es todo lo que necesitamos para obtener un conocimiento veraz y confiable de todos los asuntos que necesitamos saber en el propósito de ser salvos y relacionarnos con Dios en los mejores términos, así como la manera correcta en que debemos vivir en este mundo. Pero al mismo tiempo los reformadores sabían bien que el contenido de la Biblia no es exhaustivo o completo en el propósito de conocer todo lo que el ser humano desea y puede conocer en todos los demás campos de su interés.

La Biblia no deja, pues, sin efecto a la ciencia o a la filosofía, concediéndoles a ambas disciplinas un legítimo y amplio campo de maniobra para desarrollarse sin temor a que sus descubrimientos puedan poner en entredicho o contradecir lo declarado en la Biblia en orden a la salvación, como si la Biblia se opusiera a la ciencia y a la filosofía negándoles su autonomía en sus propios campos de estudio, como lo han planteado o sugerido de manera equivocada significativos sectores, tanto de la teología fundamentalista, como de la ciencia naturalista y la filosofía racionalista por igual, todas ellas posturas extremas e inconvenientes que han generado una controversia en gran medida innecesaria alrededor de estas cuestiones.

El erudito R. A. Torrey afirma, entonces, que “el que entiende sólo la Biblia, realmente no la entiende”. Porque si bien es cierto que en desarrollo del principio de sola Escritura el cristiano debe ser un “hombre de un solo libro”, esta expresión lo único que quiere indicar es la prioridad y superioridad que la Biblia tiene sobre cualquier otro libro o lectura que el cristiano pueda emprender en su formación; pero es un error igualar la prioridad que la Biblia debe tener con una falsa demanda de exclusividad por parte de ella, de tal modo que su lectura impondría una prohibición sobre cualquier otra lectura diferente a ella, considerándola como algo peligroso y contrario a la ética cristiana. De hecho, creer que la Biblia demanda exclusividad en la lectura es no haber entendido la Biblia y la exigencia que ella nos hace de someterlo todo a prueba y aferrarnos a lo bueno (1 Tesalonicenses 5:21).

La Biblia: criterio final

Justamente, la Biblia provee el criterio para identificar y seleccionar lo bueno que pueda hallarse en otras lecturas, desechando en el proceso lo malo. Pero al mismo tiempo obliga a hacer otras lecturas a las cuales se les pueda aplicar el criterio bíblico. Dicho de otro modo, la Biblia juzga todas las demás lecturas, pero no las prohíbe ni las excluye necesariamente, sino que las da por sentadas para poder ejercer sobre ellas el examen crítico que Dios ordena. De hecho, el principio de sola Escritura es la conclusión lógica a la que nos conduce la creencia en que la Biblia es inspirada por Dios y, como tal, carente de errores declarados en ella o de fallas en el propósito de conducirnos a Dios de manera segura.

Pese a que el acceso irrestricto de todos los creyentes a la Biblia implica el riesgo de dar lugar a desacuerdos en su interpretación, como en efecto ha sucedido en el marco de las diversas denominaciones protestantes; éstas no han afectado el núcleo de lo que se conoce como la “sana doctrina”. En realidad, los desacuerdos de fondo que dan pie a la herejía surgen cuando se comienza a poner en tela de juicio el principio de sola Escritura y se coloca a su lado, en el mismo nivel de autoridad y en contraposición con ella, otros documentos doctrinales como las encíclicas papales o los escritos doctrinales de los fundadores de las diferentes denominaciones, dando lugar a grupos sectarios como los adventistas, mormones y testigos de Jehová, entre otros.

Por: Arturo Rojas, director de la Unidad Educativa Ibli Facter de la iglesia Casa Sobre la Roca, Bogotá.

Foto: 123RF

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